POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Despedimos el 2020 con la esperanza de que se llevara el virus, como si fuera posible hacer efectivo aquello de “año nuevo, vida nueva”. Sin embargo, el año se fue pero el virus sigue aquí entre nosotros, retando día a día nuestras capacidades científicas, políticas y sociales para su combate. Ya hay vacuna y el reto, ahora, es aplicarla a todos, sin excepción y en el menor tiempo posible.
Sin embargo, lo que sigue sin funcionar es la estrategia que mantenga a ciudadanos y autoridades en sintonía, es más, ni siquiera los diferentes actores gubernamentales se ponen de acuerdo en el camino a seguir. Por eso es qué tenemos a muchísima gente sin aplicar las medidas preventivas de mantener la sana distancia, uso de cubrebocas y, sobre todo, de quedarse en casa. La muy lamentable consecuencia es que los niveles de contagio y de mortandad se han disparado saturando los sistemas hospitalarios en más de una entidad.
La vacuna llegó y muchos creen que eso es suficiente. Pero olvidan, cómo dice Asa Cristina Laurell, que no se sabe cuanto dura la inmunidad obtenida por la vacuna o por sobrevivir al ataque del virus. De manera que no hay nada escrito y esa es, justamente, la mayor dificultad que enfrentamos, el no saber vivir en la incertidumbre. Eso nos lleva a ignorar las medidas preventivas, dado que no confiamos en las autoridades médicas o, también, a la realización de fiestas o reuniones, a cualquier situación que nos devuelva la sensación de que “no pasa nada”, aunque luego de tres días descubramos que sí pasa.
Un año después de que un microscópico virus nos quitara hasta el modito de andar, de hablar y, en suma, de relacionarnos, descubrimos que estamos en una circunstancia que, aparentemente, es diferente a la de inicios del año anterior. Hoy tenemos esperanza, depositada en una vacuna de la que nos falta mucha información (independientemente de sea china, rusa, europea o norteamericana), el hecho es que no sabemos ni siquiera su costo que, por supuesto, es lo que menos nos interesa en este momento.
Lo que si sabemos es que la vida, en general, sigue abriéndose paso y que el virus será derrotado, aunque no aniquilado. De hecho, forma parte ya de nuestra forma de vivir y las modificaciones a la vida social serán definitivas. Lo que sigue pendiente es la posibilidad de aprovechar esta circunstancia para que la vida en la calle también se adapte a las nuevas circunstancias. Sin embargo, casi un año de confinamiento hace estragos en muy diversos aspectos de la vida cotidiana. Uno de ellos es el hartazgo del encierro que impulsa a la gente a la búsqueda del menor pretexto para salir, o para invitar a los amigos o familiares con quienes hace tiempo no se convive. De esa manera establecemos o restablecemos la cadena de contagio.
Es comprensible la necesidad de las expresiones afectivas, sin embargo, se requiere también de una mayor comprensión del vínculo entre el contacto físico y la adquisición y transmisión del virus. Y eso es parte del aprendizaje pendiente, el desarrollar disposiciones diferentes, por ejemplo, la de posponer el abrazo o el saludo de mano para mejores momentos.
El intercambio de palabras a través del teléfono o de la pantalla por supuesto que no se compara con la charla cara a cara. Las clases virtuales, ya se ha dicho muchísimas veces, no puede sustituir el intercambio personal como método de enseñanza aprendizaje. Pero la virtualización de la vida social es, en si misma, una gran posibilidad de aprendizaje.