POR: PEDRO BELMARES O.
Juan, era un humilde campesino que trabajaba en el campo para mantener a su familia. Era muy feliz trabajando la tierra, y necesitaba ir a la capital para comprar fertilizante y semillas. Cada vez que salía de su casa hacia la ciudad le daba miedo, pues no sabía leer ni escribir, y se guiaba preguntando a las personas. Al llegar a la capital, observaba que la gente vivía de prisa, Juan estaba acostumbrado a ver las cosas con calma, empezar a trabajar y ver el sol acariciando las montañas. Al ver que en la ciudad había mucha contaminación, en la central de autobuses preguntaba a las personas donde estaba el mercado, pero todos lo ignoraban y lo empujaban; Juan tenía miedo de perderse, la ciudad era un mundo que no conocía, muy diferente al suyo. En ese momento, le preguntó a una viejecita que vendía dulces afuera de la central de autobuses, la viejecita le dijo a Juan por dónde irse para que tomara el metro.
Juan iba con mucho temor; estando en el metro, dos tipos se le acercaron, Juan sintió más miedo que nunca, pues uno de ellos traía un arma, y Juan sintió muy cerca la muerte, pero nomás le quitaron el dinero que traía en su morral. No podía creer que lo a saltaron en medio de la gente, y que los demás no hicieran nada, Juan sintió una gran impotencia y se sentó a llorar, pensó en su familia, que estaban solos, que el era único que les llevaba el dinero para comer y tenía la esperanza de llevar las semillas y el fertilizante para sacar adelante la tierra.
En ese momento, pensó en la Virgen de Guadalupe, en el sombrero traía una imagen, y le dijo: madre mía, ayúdame a salir de esto, llévame a mi hogar con mis hijos. Juan salió del metro y en el trayecto se acordó que en la capital estaba la Basílica de Guadalupe, aunque no sabía cómo llegar, camino durante mucho tiempo. En una esquina estaba un policía; Juan le preguntó por donde estaba la Basílica de Guadalupe, y el policía le dijo que estaba muy lejos de donde se encontraban, a Juan le embargaba más la tristeza, pero con mucha más fe volvió a caminar sin parar; ya era muy tarde. No había comido nada, nomás traía poca agua en su guaje; su cansancio ya era mucho, los pies le dolían de tanto caminar, pero aún no se rendía. En una parada de autobús, le preguntó a un señor que sí estaba cerca la Basílica, el señor le contestó que a dos calles más. Juan se puso muy feliz y su cansancio lo dejó a un lado, en la entrada de la Basílica de Guadalupe, Juan se hincó y empezó a caminar de rodillas hasta adentro; llorando, implorándole a la Virgen del Tepeyac, pidiéndole de nuevo que lo ayudara a regresar. Un hombre sentado en la banca vio a Juan, imaginó ver en ese hombre a Juan Diego, pero al ver sus ojos llenos de lágrimas con más fe que la de él, se le acercó y le preguntó ¿Es tanta tu fe en nuestra madre? Juan le dijo: lo único que puedo hacer es pedirle a mi Virgen de Guadalupe que me ayude a regresar con mi familia, por que no traigo un peso, ni siquiera he comido.
El hombre le preguntó ¿pues qué te paso? Juan le dijo; yo vine a la capital a comprar fertilizante y granos para mi campo, pero unos tipos me robaron en el metro y la gente no hizo nada y me acorde de la Virgen de Guadalupe, y me vine caminando sin pedirle nada a nadie. Aquel hombre se quedó pensando, viendo a la Virgen: y yo que vine a pedirle más y mira, otros están en peores condiciones madre mía. El hombre le dijo: ven conmigo, vamos a que comas algo. Juan dijo: y usted porqué me va ayudar si los de aquí no tienen corazón ni piedad, aquel hombre le respondió: no todos somos así como esos tipos que te asaltaron, déjame demostrártelo, y lo llevó a una fonda y le pidió a la mesera de todo. Juan comía como si nunca hubiera comido en su vida, y le dijo al hombre: ¿usted no va a comer nada?; el hombre le dijo: no, todo esto es para ti. Juan guardaba en su morral pedazos de comida, el hombre le preguntó para qué guardas la comida; Juan le respondió: para el camino y sí me sobra para mis hijos. El hombre le dijo: no te preocupes, yo te llevaré hasta tu casa. Juan se puso triste, le dijo, no llevaré el fertilizante y las semillas para mi campo, eran mi única esperanza. El hombre le dijo: yo tengo un amigo que vende todo eso, vamos. Juan sintió que la Virgen de Guadalupe escuchó sus ruegos y el hombre también sintió que estaba haciendo lo correcto, y que a ese encuentro se hicieron hermanos de fe guadalupana. Llegaron a la casa de Juan y le presentó a su familia: esposa e hijos, estaban más que agradecidos con aquel hombre, y por su parte el hombre estaba muy feliz de tener la satisfacción de haber ayudado a su prójimo. Se hicieron socios y cada 12 de diciembre van juntos a la Basílica de Guadalupe con sus familias.