Torreon, Coah.
Edición:
25-Nov-2024
Año
21
Número:
928
Inicio » COLUMNAS » PROFR. CRISTÓBAL DÍAZ FIGUEROA CRÓNICA DE UNA MARTIROLOGÍA / 764

PROFR. CRISTÓBAL DÍAZ FIGUEROA CRÓNICA DE UNA MARTIROLOGÍA / 764


|
Por:
Sin Censura
|
16-11-2020
|
Edición:

|
Compartir:

POR: GUILLERMO OROZCO R

* Los maestros son un grupo social que siempre están al lado del pueblo y con las mejores causas

La tarde del 4 de septiembre y procedente del Gatuño (hoy congregación Hidalgo) llegó Don Benito Juárez al Rancho de Matamoros, había gran animación en el lugar, varias fogatas estaban encendidas y en el lugar se confundían los soldados y los civiles, además de muchos  patriotas laguneros comandados por el Coronel Jesús González Herrera.

El Presidente itinerante  mandó hacer alto en el terregoso rancho de Matamoros (sic). Sus vecinos corrieron a caballo y a pie hacia el camino de Viesca para dar la bienvenida a Juárez. Una de las casas que existía junto a la Iglesia fue destinada para el alojamiento del Presidente y sus Ministros, mientras que en muchas de las modestas viviendas se hospedaron los jefes de la escolta y   los civiles que se habían sumado a la comitiva invitados por el Coronel Jesús González Herrera.

Entre los civiles que seguían al héroe republicano, se encontraba un modesto Profesor: preceptor de primeras letras llamado Cristóbal Díaz Figueroa, hombre de amplia cultura y de criterio liberal. Al llegar al rancho de Matamoros, el juez auxiliar Don Abundio Mazuca, le destinó como alojamiento para él y su familia una casa propiedad  de Pedro  Montoya.

Acompañaban al maestro de escuela su anciana madre la señora Mercedes Figueroa viuda de Díaz, toda dulzura y sacrificio y su hermana María de Jesús, viuda de un oficial republicano muerto días antes, en un encuentro con los franceses. La acogida cariñosa de la familia Montoya y  la autorización de Juárez para asignarlo como maestro, determinaron que el maestro se quedara en el lugar con la encomienda de abrir una escuela de primeras letras en aquel rancho de patriotas.

Tal vez porque a Don Benito Juárez  lo conmovió hasta lo más recóndito de su ser el aislamiento físico y espiritual en que por esos años vivían los laguneros, y quiso dejar encendido un faro en la comarca, dio lugar así a un acontecimiento que recogió la historia: fundar la primera escuela rural federal en la Laguna.

Cuando la comitiva Presidencial hubo partido, se dieron los primeros pasos para abrir la escuela,  la que se instaló con escaso número de alumnos en una casa hoy ya desaparecida que se ubicaba en la Avenida 5 de Mayo, pero bien pronto se abandonó el local y sus educandos se instalaron en el edificio destinado a la iglesia, apenas reparado y aún no abierto al culto, edificio que es el mismo que en la actualidad se emplea para el servicio religioso.

Era Don Cristóbal Díaz hombre de unos 35 años de edad, pequeño y delgado de cuerpo, bigote negro y escaso, piocha al estilo de la época trigueña y muy pronunciada, ojos negros y pequeños, amable, cariñoso y cortés. Su palabra persuasiva, era escuchada por los rancheros con atención como de quien sabía mucho y había andado en muchas tierras, u cuna era la ciudad de México. Había estudiado en la misma Capital para seguir una carrera, pero hubo de truncar sus estudios en medio de los acontecimientos políticos de su época, por lo que decidió  dedicarse a la docencia.

Contaba cosas de México y de los grandes liberales, cuya fama llegaba resonando hasta el desierto, había tomado parte en la Revolución de Ayutla y tratado a hombres como Ocampo, Zarco y Ponciano Arriaga. Era un devoto de la Constitución y un sembrador de las ideas modernas que, al germinar en las almas jóvenes, venían a crear un distanciamiento cada vez mayor entre estas y el conservadurismo religioso de la época.

Frescas y profundas sus frases y enseñanzas se conservaron en la memoria de uno de sus discípulos, Don Antonio Montoya (de 85 años de edad en1934) este alumno superviviente las contaba con delicia y  con un dejo de melancolía por el  amable recuerdo de su mentor, que dejó en Matamoros un modesto renglón en el árbol martirológico de la Patria.

Una mañana (del 10 de enero del año de 1866) llegaron a Matamoros procedentes  de San Fernando (Cd. Lerdo), muchos soldados  franceses airados, cubiertos de polvo, sedientos de venganza. Pues días atrás habían sido batidos entre Avilés y San Carlos, por los chinacos de González Herrera y en aquel enfrentamiento murieron más de diez de los hijos de Francia, que iban en persecución de los republicanos. Los franceses rodearon el rancho y luego sacaron de los jacales a los escasos hombres que había en él, fueron presos don Abundio Mazuca, Don  Trinidad García, Juez del Estado Civil, Cosme García, Atanasio Salazar y Gertrudis García quienes por su avanzada edad no pudieron seguir a Jesús González Herrera.

Todos fueron conducidos al atrio de la Iglesia, entonces patio de la escuela y allí un Sargento  hizo sacar al maestro Don Cristóbal Díaz que valientemente había permanecido  en la escuela cumpliendo su ministerio educativo. A él junto con dos herreros y dos fabricantes de adobes cuyos nombres se perdieron para siempre,  se les ordenó cavar un pozo cuya dirección fue de sur a norte, en el frente de la Iglesia y cuando lo hubieron concluido se les formó en filas a lo largo del mismo y a su frente un pelotón de soldados franceses, se prepararon para la  ejecución. La anciana madre del maestro, Doña Merceditas, apoyándose en su hijo fue a tratar de salvar a su hijo, pero fue golpeada con un sable y la culata de los fusiles, por lo que no le quedó más remedio que echarle desde lejos su bendición.

Un oficial ordenó la ejecución. El maestro sereno se volvió a sus compañeros diciéndoles: “Vamos a morir por la Patria. ¡Viva la República! ¡Viva México! ¡Viva Juárez!…” y sonó la descarga. Los cuerpos de los ajusticiados cayeron de espaldas al fondo del pozo. Un grupo de imperialistas  se ocupó de cubrir de tierra a los cadáveres. Más allá de la línea de soldados, había mujeres desmayadas y llorando. Los alumnos del maestro, con los ojos abiertos por el espanto, observaban  en silencio a los soldados. Esa cruel escena jamás la olvidarían.

Algo más de un año después, cuando triunfó la República, dos mujeres enlutadas, después de  llorar sobre el sitio de la tragedia volvían por el camino de Viesca, a desandar la vía de la Capital. Eran la madre y hermana de Don Cristóbal Díaz, el primer maestro de escuela, que tuvo el pueblo de Matamoros y de los primeros en el despoblado norte de México.

Guillermo Orozco Rodríguez.- 16 de noviembre de 2020FUENTE: Matamoros Ciudad Lagunera del Profesor. José Santos Valdés.

Sin Censura | Todos los derechos reservados 2022 | Torreón Coahuila | Donato Guerra 461 sur
menu