POR: SAMUEL CEPEDA TOVAR
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Edmund Burke, estableció de manera magistral la diferencia entre partidos y facciones; decía que “Esta generosa ambición de poder… [la del partido] se distinguirá fácilmente de la lucha mezquina e interesada por obtener puestos y emolumentos y esto último es una espléndida definición del objetivo de las facciones”. Las facciones son fácilmente identificables: solo buscan el poder para seguir manteniendo privilegios, cargos, puestos, canonjías, ahogan la pluralidad partidista bajo el argumento simple y barato de la unidad, reducen la democracia al plano netamente conceptual sin pregonarlo en la práctica, alejados totalmente de lo que Montesquieu definiera como unidad partidista; “aquélla que concurre con la idea del bienestar general de la sociedad”. Al menos para el caso de Allende, la UDC ni es unidad ni es democrática; no es unidad porque no todos están de acuerdo con la imposición de un candidato único por parte del alcalde, pues esta práctica es propia de las tiranías y no refleja la postura de una pluralidad intrínseca que, aunque se trata de un mismo partido, con ideales comunes, no todos deben estar siempre de acuerdo en las formas en como se ejecutan algunas acciones. Tampoco es democrática, porque la imposición elimina de facto las aspiraciones que algunos pudieran tener y que por miedo a la tiranía no se atreven a externar, no hay reglas que permitan la competencia ni mucho menos canalizar aspiraciones legítimas, pues hay que pedir permiso al gran tirano para poder siquiera aspirar. La adhesión a la línea para evitar desgaste es el argumento más endeble y barato que suelen usar las tiranías partidistas para suprimir la democracia. Por el contrario, una justa democrática interna fortalece a los partidos, los aleja de la imagen facciosa de la política y permite que gane y pierda quien deba hacerlo y genera confianza y convicción dentro del partido. La democracia interna fortalece, nunca merma; la imposición, por su parte, divide, fractura, erosiona la confianza y envía una señal hacia fuera de que la cadena de ignominias partidistas de un sistema político anquilosado, inveterado y desgastado permanece incólume, solo que disfrazada de nuevas siglas y acrónimos. Ya un audio en días pasados nos dejó ver que la UDC hace uso de las mismas prácticas de coacción del voto, y los actuales señalamientos de una voz disidente y aspirante a una oportunidad que reta a la imposición nos dejan ver que el nombre del partido le queda muy grande a esa organización que no ha hecho más que formar parte de la larga lista de los que hablan mucho y hacen poco. Se ostentan diferentes cuando han demostrado que están plagados de lugares comunes en sus procederes, se han convertido en el término peyorativo de partido sobre el cual diserta magistralmente Sartori. Nadie nunca habló de una justa interna, simplemente se decidió quien era el siguiente y todos debían obedecer, con meses en pre, pre, pre campaña, con antecedentes famélicos y bastante cuestionables en su desempeño; el candidato impuesto avanza seguro de su victoria, pero una cosa es aplastar la democracia interna en el partido, y otra es aplastar la democracia en la sociedad en general, una cosa es lealtad partidista sin cuestionamientos y otra es ocultar la ineficiencia que cobija pretensiones sin sentido alguno, porque para pedir, hay que merecer, y la ineficiencia total del “designado” hace que sus aspiraciones estén totalmente fuera de lugar, pero todo esto sale sobrando cuando internamente, el partido a mutado a facción y sus miembros ni siquiera se han dado cuenta, ya sea por ignorancia o conveniencia.