POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Desde hace años, o quizá desde siempre, la palabra es un bien en disputa. El derecho a hablar, a expresar lo que se siente o se piensa, es uno de los pilares fundamentales sobre los que descansa una democracia, incluida una tan enclenque como la nuestra. Sin embargo, ¿está la palabra al alcance de todos? ¿Tenemos todos, el derecho a ser escuchados? Eso es algo que está en veremos.
Hoy se habla de que la libertad de expresión está bajo acecho, amenazada por el poder, específicamente por quién ostenta la titularidad del poder ejecutivo. Es cierto que su palabra es poderosa, tanto o más que la de sus predecesores. Sin embargo, ese poder es de naturaleza diferente. Mientras que los expresidentes pagaban para que su voz se magnificara, López Obrador dice lo que siempre ha dicho, pero ahora, su voz es la del presidente en un país eminentemente presidencialista. Tiene un peso cualitativamente diferente al que tuvo cuando era candidato, particularmente cuando era visto como el nacido para perder pues ¿a quién le podría importar lo que dijera alguien que ya había perdido (“haiga sido como haiga sido”) dos elecciones presidenciales?
Hablar es algo que cualquiera puede hacer, pero ser escuchado por aquél a quién se dirige el habla eso ya es otra cosa. Eso es lo que ahora está en cuestión. Que hablen los perdedores está bien. Sobre todo, si lo hacen desde la posición de perdedores. Y si en algún momento los perdedores se vuelvan ganadores también es aceptable si hablan como perdedores, es decir, si asumen el discurso de los ganadores legitimando las reglas del juego que es la desigualdad. Vea Usted, amable lector, la foto de Peña Nieto recibiendo una lata de coca cola con su nombre “al inaugurar el Centro de Innovación y Desarrollo de la empresa, aseguró que todos los días se bebe una lata de la bebida en su presentación Light”. Esto lo dijo en 2017 ante el CEO (Oficial Ejecutivo en Jefe) de la refresquera, el mismo que acaba de entrevistarse con AMLO para expresarle la promesa de que sus productos tendrán menos contenido de azúcar.
De manera que la palabra sirve a quién la puede usar para comunicar, es decir, a quien tiene interlocutor. La palabra es de mucha utilidad cuando sirve para comunicar, o sea, para poner en común algo, un punto de vista, una manera de percibir la realidad. La palabra solo tiene sentido si alguien la escucha o lee., si alguien se siente aludido o interpelado por el que habla o escribe. Así la libertad de expresión es la contraparte del derecho a estar informado, sobre todo si se trata de información que tenga que ver con lo público. Esto nos conduce a pensar en los vehículos que sigue esa información, la que se dirige a todos porque tiene que ver con lo que es de todos. Y aquí es donde encontramos que los medios que tienen el privilegio de expresar, son medios privados, son instrumentos de comunicación que le pertenecen a alguien en particular y que, por tanto, obedecen a esos intereses particulares, bien sea personales, familiares o de grupo.
Así, la libertad de expresión puede ser de todos, pero la posibilidad de publicar esas expresiones pertenece solo a unos cuantos que, por muy diversos que parezcan, son solo unos cuantos que hablan o creen que hablan a nombre de los demás. Son los que se adueñaron de la libertad de expresión, los que ahora se quejan de que AMLO les dispute el monopolio de la palabra.