Raúl Rojas, científico de la Universidad Libre de Berlín,
define el sorteo como un fraude a ojos de todos;
cuestiona el proceso y el desvío de dinero para una rifa.
Afirma que la mayor ganancia fue para el gobierno
Es impresionante cómo los mayores fraudes se pueden hacer completamente a la vista del público. Como en aquella estafa callejera de “dónde quedó la bolita”, en la que una persona de habilidosas manos esconde una esfera debajo de uno de tres conos, que después mueve y mueve sin que los apostadores puedan percatarse de cómo la canica desaparece entre sus dedos y reaparece después bajo el cono inesperado.
Es el caso de la llamada “rifa del avión presidencial”, que es una más de esas “aventuras de la imaginación” latinoamericanas tan inigualablemente bosquejadas por el escritor Gabriel García Márquez.
Había una vez una república tropical, llamémosla Macondo. A su presidente, el segundo mejor del mundo, según su propia y ruborizada confesión, se le ocurrió vender el avión que le habían heredado sus predecesores en el cargo. Y es que el avión resultaba 100 veces más útil para su propaganda política que en el aire. Fue así que lo estuvo ofreciendo a un precio imposible de alcanzar en el mercado. Durante 13 meses nadie lo quiso adquirir. Desconcertado reunió a su corte y nació una genial idea:
“Ese avión, que ya es del pueblo, se lo podemos vender al pueblo”, exclamaron al unísono. Para eso, el pueblo le tendría que entregar 130 millones de dólares (2,750 millones de pesos) comprando boletos de la lotería. Se felicitaron todos con palmadas en la espalda.
La idea era tan grotesca, incluso para los parámetros de ese presidente, que en el camino se transformó. En lugar de sortear el avión, se rifaría dinero y la ganancia se le daría a la Tesorería. Todos los historiadores saben que la demagogia es como la energía: nunca desaparece, sólo se transforma. Por eso los boletos fueron decorados con una fotografía del famoso avión, aunque la ganancia teórica de la rifa no fuera a alcanzar ni siquiera para cubrir un tercio de su supuesto valor. Era un win win fantástico: el pueblo estaría distraído con la ilusión de una rifa, un sorteo en el que al comprar un billete se estaría “haciendo historia”, y el gobierno... pues se quedaba con cierta ganancia y además con el avión.
La rifa se realizó y son notables las siguientes cinco irregularidades:
En primer lugar, las ventas. De 6 millones de boletos se vendieron realmente sólo 3,865,800 ya que un millón de boletos se le entregó al Insabi. Las ventas representan entonces sólo el 64.4% del total de boletos emitidos, lo que equivale a 1933 millones de pesos (cada boleto costó 500 pesos). Pero 100 premios de 20 millones suman 2000 millones, así que en esta rifa se obtuvo menos por las ventas que lo que se iba a entregar en premios. Además, como los gastos por comisiones son del 10%, la diferencia neta entre ingresos y egresos es de 206 millones de pesos. Una rifa en donde los ingresos son menores a los costos es un desastre, en cualquier parte del mundo.
En segundo lugar, los boletos no vendidos. Resulta que el gobierno pudo transformar una pérdida segura en una modesta ganancia aprovechando que boletos no vendidos podían ganar premios. Como los boletos no vendidos en esta rifa representaron 35.6% del total, fue por eso que cayeron exactamente 37 de los 100 premios en esos boletos sin comprador (24 premios de boletos no vendidos a nadie y 13 premios de boletos no vendidos pero asignados al Insabi).