POR: SAMUEL CEPEDA TOVAR
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El ciclo escolar ha comenzado, y millones de niños, adolescentes y jóvenes han retornado a sus clases, pero no a las aulas. Ha sido un comienzo difícil, mucho más complicado que el cierre del ciclo pasado que si bien fue intempestivo; por lo menos llegó en un momento en que parte de los contenidos temáticos ya se habían visto en las aulas. Llegó en un momento en que la pandemia aún no causaba estragos en la economía de millones, cuando muchos pensábamos que esto sería lacónico, que para antes de agosto habría un retorno escalonado a las aulas, pero no fue así. Los cambios con esta nueva modalidad educativa han sido avasallantes, y no aseguran de ninguna manera un éxito rotundo en el desarrollo de aprendizajes en los alumnos, además de que esto ha generado alteraciones colaterales que perturban otros escenarios tanto familiares como pedagógicos. En primer lugar, tenemos un problema muy serio con unos actores que desde hace tiempo han sido acusados de delegar la totalidad de la responsabilidad educativa de los estudiantes a los docentes, me refiero a los padres de familia. Ahora, en nivel básico, son los padres de familia en quienes recae la mayoría de la responsabilidad en la nueva modalidad educativa. Son los padres quienes ahora deben asegurarse de que sus hijos estén frente al televisor para que tomen su clase matutina, después, ingresar a plataformas como zoom o teams para poder interactuar con docentes, después usar redes sociales como Facebook y WhatsApp para socializar las tareas asignadas a sus hijos. Y esto se complica más si los padres de familia trabajan, pues deben buscar quién los apoye tanto en el mismo seno familiar o de lo contrario pagar por el servicio de alguien que se encargue de sentar a los niños frente al televisor cada mañana, y tomando en cuenta la actual crisis económica resulta muy difícil hacer frente a esta nueva modalidad. Numerosas voces reclaman la falta de empatía del gobierno con millones de padres de familia, e invocan medidas como las que acontecieron en otras latitudes. La pandemia provocó que 188 países cerraran sus aulas, y solo 99 de la totalidad han regresado bajo la modalidad de educación a distancia, es decir, bastantes optaron por cancelar definitivamente el ciclo escolar. Difícil saber cuál es la mejor decisión política al respecto, peor aún, difícil saber cuál es la mejor decisión educativa. En segundo lugar, otro aspecto que ha sido alterado es la interacción humana escolar, es decir, la relación alumno-docente y la relación de convivencia entre estudiantes ha sido trastocada, al respecto hay especialistas preocupados por las consecuencias de esta falta de interacción, y es que estas políticas educativas emergentes solo están considerando el acceso a contenidos, no están contemplando el trabajo que realizan los docentes en cuanto al acompañamiento, revisión, evaluación de procesos y construcción de habilidades en los alumnos, porque hubo una especie de preparación en el uso de herramientas virtuales para poder llegar hasta los hogares de los alumnos, pero no se pensó en la construcción de la interacción alumno-docente en el contexto virtual. Y si a esto le agregamos como tercer componente la falta de acceso a computadoras, teléfonos inteligentes o internet de miles de estudiantes, estamos entonces ante un serio problema educativo que no se va a resolver con la virtualidad, sino que habrá de generar otros problemas que sin duda alguna aparecerán en el momento del regreso a la normalidad. Tal vez lo correcta era esperar y cancelar medio ciclo escolar, tal vez faltó diseñar una política educativa integral con enfoque virtual. El reto ahora es enorme y deberemos afrontar las consecuencias.