POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Después de semanas en aislamiento, alejados de familiares y amigos, apegados, cada vez más, a las pantallas que virtualizan la vida, estamos intentando regresar a la realidad “real”, esa que es como es y casi nunca como la imaginamos. Después de prender la tele para “ver si ya empezó la realidad” (como decía Carlos Monsivais) tratamos de hacer las cosas que hacíamos antes, pero en circunstancias muy diferentes.
El Covid19 ha cobrado muchas vidas y quién sabe cuantas más se llevará. Ha terminado, también, con muchas de las características de la normalidad que vivíamos hasta antes de este año. Sin embargo, no sabemos cuáles de estos cambios son temporales y cuáles definitivos. Por ejemplo, desde el huachicoleo hasta los homicidios, incluyendo feminicidios, pasando por secuestros, robos y extorsiones muestran indicadores que van a la baja. Estas disminuciones son, por supuesto, un pequeño bálsamo para una sociedad castigada desde hace años por la violencia delictiva. Sin embargo, ¿serán definitivas estas tendencias? Todo indica que no, sobre todo si nos atenemos a que estas disminuciones coinciden con el confinamiento a que estamos sometidos.
Lo que es cierto es que nadie puede atribuir esta mengua en la violencia nacional a las estrategias de “besos y abrazos” que sintetizan la inacción de las autoridades para combatir o inhibir la delincuencia. Particularmente, el crimen organizado es el que menos ha descansado en su cotidiana labor de sembrar muerte y terror a lo largo y ancho del país.
En lo que se refiere a feminicidios, las cifras oficiales hablan de un descenso del 10.5 por ciento en abril respecto del mes anterior. Si hace un año se robaban hasta 80 mil barriles diarios de petróleo desde los ductos de Pemex, ya solo se extraen ilegalmente 5 mil.
Pero, además, según las cifras del secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, también han disminuido los índices de secuestro en poco más del 14 por ciento, y las extorciones en casi un 23 por ciento.
¿Será que ya somos “buenos”, tal cómo nos lo aconseja a diario el presidente López Obrador? ¿Será que, por fin, a los ciudadanos mexicanos les “cayó el veinte” y decidieron hacer caso a las abuelitas, como también nos aconseja el presidente? A lo mejor un porcentaje de la delincuencia, el 44.6 según Durazo, siguió la instrucción presidencial de “portarse bien” y por eso, en ese mismo porcentaje disminuyó el robo en transporte público colectivo. A lo mejor.
La realidad es que el confinamiento ha logrado lo que las políticas presidenciales de seguridad pública no han obtenido. Regresar a la normalidad, entonces, significa regresar a las tendencias alcistas en los indicadores de violencia ciudadana en nuestro país, ya que ha sido la pandemia la que ha disminuido la vida social y la presencia de la gente en los espacios públicos, que son los que pertenecen a la delincuencia organizada desde hace varios sexenios.
Por supuesto, la reclusión doméstica tampoco es buena consejera, sobre todo cuando es abrupta, cuando rompe con los acuerdos intrafamiliares no explícitos de gestión de los espacios en los hogares. Y peor tantito en esas viviendas en las que, lo que falta es justamente espacio personal. La violencia doméstica, las depresiones y otros malestares propios de la convivencia familiar forzada, aunado a la ausencia de los espacios de socialización que amortiguan las contradicciones familiares, se verán incrementados necesariamente pues la sana distancia no solo es física, también es social. Típicas contradicciones de nuestro modelo de sociedad, para evitar la enfermedad corporal lastimamos el bienestar emocional y vulneramos nuestra salud como organismo social.