POR: EUSEBIO VÁZQUEZ NAVARRO
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* En 2001 fui testigo del inicio de su derrumbe;
* Ahí pasé mi infancia con mis padres y hermanos;
* Y me duele profundamente que esté destruida al extremo;
* Pero fue la sabia y a lo mejor equivocada decisión de mi padre.
TORREÓN, COAHUILA.- Recuerdos de niñez, travesuras de la infancia, el trabajo intenso y variado de mi padre, el empeño de mi madre en nuestra atención, la convivencia diaria con mis hermanos y la vecindad con los que siempre vivieron enfrente, atrás y a los lados, todo eso se agolpó de repente en mi corazón y memoria ese día que por la mañana, uno delos cuales por amor y apego al que ha sido, es y será mi terruño, recorría las calles hoy pavimentadas, en algunas en las que correteaba con mis compañeros de niñez.
La escena me impactó fuerte y todavía no la olvido. Era el domingo 14 de enero de 2001 y fiel a mi costumbre desde que mis padres don Vicente y Doña Pascuala se fueron de este mundo, daba la vuelta para divisar la que fue su casa y fue la nuestra y en la vuelta a la esquina en donde vivió don Andrés Ordaz hacia la morada de nuestros recuerdos infantiles, vi de golpe y porrazo el derrumbe inmisericorde desde el punto de vista afectivo, desde la recámara que da a la calle principal y de la cual recogimos a mi padre accidentado para llevarlo al hospital del que nunca salió con vida y que habitó mi madre en su posterior viudez.
La escena, repito, me impactó fuerte. Mis ojos se resistían a ver lo que veían y mis oídos a escuchar el rugir del trascabo y el camión materialista que derrumbaba el uno y recogía dl otro los despojo de lo fue mi humilde pero muy cariñosa casa de niñez. De paso, como todos los domingos en los que con ese recorrido la sangre que me dieron los apellidos Vázquez Navarro y recibía en mi corazón e imaginación la bendición de mis padres don Vicente y doña Pascuala, ya no pude continuar y a distancia observé la escena, desgarradora para mí.
Como si estuvieran todavía ahí mis padres, Me detuve enfrente de ese “recuerdicidio”. No lo podía creer, pero lo tenía frente a mis ojos. Los instrumentos de demolición modernos que sustituyeron a los de labranza de antaño no dejaban nada a la imaginación: LA CASA DE MIS PADRES, mi casa de niñez era derrumbada sin misericordia y sin importar que ahí estuvieran sepultados todos los recuerdos, como son la ventana de la recámara de mis padres -el jardín de mi madre desapareció mucho antes-, la llave para tomar el agua potable que mi padre habilitó con desnivel, el lavadero de mi madre, otra recámara que se habilitó como sala y a la cual mi padre le colocó piso de colores hace más de sesenta años, el mezquite en el que mi padre amarraba la remuda –caballo, burro, macho o lo que fuera- y todas las cosas bonitas que vivimos ahí.
Yo respeto la sabia decisión que tomó mi padre, porque duele y mucho que esa casa esté prácticamente abandonada, derrumbada y vandalizada. Y eso no evita que mi corazón sufra, tampoco que mi espíritu se resista a creer lo que sucede y a que yo, Eusebio Vázquez Navarro, originario ya sin mucho orgullo del exejido de San Antonio de los Bravos, sienta y exprese aquí, que con la acción que narro me robaron mis recuerdos, aunque en el fondo la memoria y la vida ejemplar de mis señores padres, me sigan iluminando para honrar para siempre su recuerdo…
(EVN 733-24 de febrero de 2020)