POR: AGENTE 57
ARRANCAMOS… Como clara muestra de la aceptación mexicana de la corrupción, fueron apareciendo a lo largo de los años una mezcla de dichos populacheros más o menos parecidas. Estas expresiones folclóricas vieron la luz durante la Revolución y en los años posteriores. Fue Álvaro Obregón, presidente en 1920, reelegido en 1928 y asesinado antes de tomar posesión, quien acuñó la frase clásica: “No he conocido a un general que resista un cañonazo de 50 mil pesos”. Y de hecho, durante los años treinta y hasta 2003, por lo menos, los agregados militares mexicanos apostados en dos docenas de embajadas alrrededor del mundo recibían sus salarios de pesos en dólares; su sueldo mensual neto sumaba 22 mil dólares, más lo que pudieran juntar usando la valija diplomática para todo tipo de envíos. La corrupción floreció, sobre todo, durante la consolidación del régimen priista, después de 1940, una vez que fue montado todo el andamiaje del sistema político creado por Plutarco Elías Calles (1924-1928 y de facto de 1928-1934) y Lázaro Cardenas (1934-1940), y en especial después de la Segunda Guerra Mundial. Los mexicanos inventaron dichos realmente imaginativos para caracterizarla, empezando con: “El que no transa no avanza.” Un par tenía que ver con la posible honestidad de algunos funcionarios públicos: “No roba, pero se le pega el dinero”; “Fulano de tal es honesto, pero honesto, honesto, honesto, ¿quién sabe?” otro clásico, que generalmente se atribuye a uno de los políticos y empresarios más ricos y poderosos de la hostoria moderna de México, Carlos Hank González: “Político pobre, pobre político.” Y acerca de cómo funcionaba el sistema de recompensas del sistema político recién establecido están: “No les pido que me den, sólo que me pongan donde hay.” “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, y “Amistad que no se refleja en la nómina, no es amistad.” Finalmente, sobre cómo corromper a los demás: “Con dinero baila el perro, si esta amaestrado.” Y más triunfante: “¡La Revolución me hizo justicia!” los críticos y la oposición no estaban exentos:” No les cambies las ideas, cámbiales los ingresos.” Incluso la prensa, infinitamente corrupta hasta el final de la década de los años setenta (y todavía, en muchos casos), creó su propia frase llena de autoescarnio y sarcasmo; exaltaba los sobornos que recibía sistematicámente para hablar bien del gobierno, los sindicatos, las empresas y las celebridades: “Sin chayo, no me hayo.” Fue Cantinflas quien, una vez más mostró mejor su persistente cinismo mexicano cuando de corrupción e ilegalidad se trataba. Pero muchos otros cómicos mexicanos, en las carpas, también se burlaban de las inmensas fortunas acumuladas por los funcionarios del momento, en particular durante la administración de Miguel Alemán (1946-1952), incluido, según casi todos, el presidente mismo. Los chistes y el cinismo transmiten todos el mismo mensaje. Los mexicanos aceptaban la corrupción como un estilo de vida – era vista como “el aceite que hace que las cosas funcionen y el pegamento que las mantiene unidas” se resignaron a la ausencia de la ley, ante todo cuando se volvía explícitamente política, a través de la represión de los opositores del gobierno que comenzó de manera sistemática a finales de los años cuarenta. Fue en esos años, al comenzar la Guerra Fría, cuando fue prohibido el Partido Comunista y las principales agrupaciones independientes de trabajadores fueron aplastadas y transformadas en sindicatos “charros”. Nadie respetaba la ley y nadie podía prescindir de la corrupción; pero como había que justificar este estado de cosas de alguna manera, comenzaron a circular dos explicaciones. Primera: las leyes vistas como injustas podían no ser obedecidas; segunda: la única manera de esquivar un sistema de justicia torcido era a tráves de la corrupción, ya sea como víctima o como perpetrador.
MI VERDAD.- No creo que en cinco años que queda del actual gobierno se pueda terminar con esta práctica. N.L.D.M.