POR: M.ED. DANIELA CARLOS ORDAZ
“El amor es la fuerza más humilde, pero la más poderosa de que dispone el mundo”.
En la actualidad, vivimos momentos difíciles y complicados, que nos hacen estar más preocupados por lo que ocurre al exterior, que lo que pasa interiormente.
Hace días acudí a una conferencia titulada: “Despertando el amor”, donde el conferencista habló del poder que tiene el amor sobre todas las cosas, y me llamó la atención, que la mitad de la conferencia se centró en su divorcio y lo mucho que le dolió, de lo mucho que valoraba ahora la presencia de sus hijas, porque ya no podía estar junto a ellas tanto tiempo como el quisiera; de cómo le afectó la muerte de sus padres y lo mucho que los extrañaba, y que ahora estaba felizmente enamorado de alguien que jamás imaginó se cruzaría por su camino.
Creo que lo que quiso dar a entender, es que aún y después de mucho sufrir, se puede volver a sentir amor.
En mi opinión personal, creo que “Despertar el amor” va mucho más allá de un: “Quiérete tú para que otros te quieran”.
Es reencontrarse con esa parte que sufrió, que se quebró y que está lastimada. Es sanar de raíz para entonces poder conectar contigo mismo, y sentir amor propio, y no uno que se sienta tan valiente en su soledad, que llegue a pecar de soberbia. Creo que hay una palabra clave en la vida de todo ser humano, que deberíamos tener presente siempre: HUMILDAD.
Humildad para aceptar que cometí errores, pero al mismo tiempo, humildad para perdonarme.
Humildad para ponerme en los zapatos de otro y comprender su situación.
Humildad para pedir un consejo, y aceptar que no puedo saber todo, todo el tiempo.
Humildad para ofrecer una disculpa y tratar de enmendar desaciertos.
Humildad para servir a otros y tener la paciencia para escuchar y entender en punto de vista distinto al mío.
Y saben cómo se obtiene la humildad, cuando se hacen las cosas con amor, y no hablo de un amor pasional y desmedido, sino un amor que es honesto, sincero, paciente y que carece de una total soberbia y arrogancia.
En ese preciso momento, empezamos a ver todo con amor, no vemos moros con tranchetes, no se nos suben los humos. Dejamos de estar a la defensiva y nos damos el permiso de dejar que todo fluya.
El amor no es solo tener pareja, no es sexo y regalos de aniversario. El amor se siente hasta por el simple hecho de ser, saber ser y no tanto de pertenecer. Ser con alguien y no de alguien.
El primer amor que sentimos es con mamá, es el primer vínculo que tenemos con alguien, por ello cuando nos sentimos desprotegidos lo primero que viene a nuestra mente es mamá. Tal es el caso, que el poner la mano sobre nuestro pecho y sentir el palpitar de nuestro corazón, nos da calma. Es en ese momento donde el ritmo de nuestro corazón nos regresa a nuestro vínculo con el amor. Ese es el amor puro, el que nos hizo crecer seguros, plenos y con la confianza de saber que estamos aquí para ser parte de un mismo sistema, compartiendo con otros seres sociales igual que nosotros, quienes también tuvieron ese vínculo con el amor puro y que por azahares de destino, fuimos perdiendo en el camino.
Sentir ese amor, se refleja en nuestro diario vivir, vemos todo con ojos de amor. Nos centramos en el momento presente, disfrutamos, nos deleitamos con todos los matices que el día nos regala, todo lo agradecemos. Ser agradecidos es sinónimo de sentir amor. Un amor que se da, que no se pide, que no quiere poseer, que quiere compartir, que es feliz con la felicidad de otros.
Que no enjuicia, que no critica, que no asume sin antes preguntar. Que siente respeto por lo que le rodea, la naturaleza, la flora, la fauna, el espacio de otros, la opinión de otros, la manera de ser de otros.
Sentir amor por uno mismo y por otros, es hablar con la verdad, sin temor al que dirán. Es sincerarnos, en lugar de mentir para impresionar, para encajar o para dañar.
El amor no se dice, se demuestra.
Diría mi madre: “Porque el amor es lo que mueve al mundo”.
Y para qué son las alas, sino más que para volar...