POR: DANELA CARLOS ORDAZ
“Que bella es una persona cuando se muestra imperfecta y sin ninguna pretensión de ser lo que no es.”
Dice una canción de Aute: “Tanto vendes, tanto vales”. Confundimos la belleza, con el valor de las cosas y hasta de las personas. Le ponemos un precio a la felicidad, al amor, a la fe, el respeto y sobre todo a la apariencia de las personas.
Eso ha ocasionado que hombre y mujeres compitan entre por ser la más bella, o el más apuesto; la mejor o el mejor en lo que hace, y no toleramos competencia alguna, todo aquello que intimide su seguridad se proponen acabarlo, hasta desterrarlo. Y créanme que no exagero cuando digo que cuando una mujer se propone algo, sea para hacer el bien, o sea para hacer el mal, lo logra.
Vemos gente de aparador, posando y buscando la perfección en todo momento. Caímos como sociedad en un abismo del consumismo que nos ha orillado a pretender ser quienes no somos en realidad.
Y de verdad que hace falta ver la belleza… pero la belleza de la vida.
Ver con otros ojos, y no con unos bellos, sino con unos dispuestos a ver más allá de lo evidente.
Ojos que descubran la belleza en un amanecer con distintas tonalidades, que contrastan con la blancura de las nubes que pareciera podemos tocar si alzamos nuestras manos al cielo.
Ojos que nos permitan ver al hambriento, al necesitado, al que se siente perdido, al que se siente solo, al que pasa por alguna pena, al que no tiene un trabajo, que no puede valerse por sí mismo. A todos aquellos que pareciera no existen en este mundo de belleza superflua, y pasamos indiferentes frente a ellos.
Ojos que nos dejen ver a los ancianos y niños que vagan solos por las calles, o aquellos que teniendo familia se siente desamparados.
Ojos que vean la belleza de tener una madre, un padre, un hermano, una hermana, abuelos, familia, parientes, amigos, colegas y compañeros de vida o de trabajo.
Ojos que se deleiten con la belleza de la naturaleza, que, igual que un jardín florece en primavera, florezcan y se renueven con cada cambio de estación.
Ojos que nos dejen ver la belleza en la sonrisa de los niños, el abrazo de los hijos, el beso del ser amado, la caricia de un ser querido, que, aunque no esté presente, su ausencia no se siente, porque su recuerdo se perpetua en nuestra memoria con cada pensamiento que el viento y el tiempo nos traen de regreso.
Las personas no somos perfectas, la vista no ha de ser la excepción, no puede ser todo bellos y perfecto, pero si podemos ver la belleza en cada una de nuestras acciones. El amor no se puede tocar, pero se puede ver y sobre todo se siente.
¿Por qué tratar de parecer ser alguien que no se es en realidad?
¿Por qué siempre buscamos la perfección?
¿Por qué no podemos ver la belleza que está a nuestro alrededor y se hace presente cada día?
Pido para ti, para mí, y para todos, que nuestros ojos puedan ver la belleza de la vida.
Y para qué son las alas, sino más que para volar…