POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Eran los primeros días de agosto pasado cuando el supremacista Patrick Crusius disparó contra mexicanos en un supermercado Walmart en El Paso, Texas. El resultado fue de, al menos, 22 personas muertas y 26 heridos, la mayoría de origen mexicano. Para Donald Trump la explicación de la actitud de Crusisus tenía que ver con desórdenes psicológicos, más que políticos o sociales.
De acuerdo con el presidente norteamericano el asesinato en masa nada tiene que ver con el mercado de armas y, mucho menos, con el tipo de niños y jóvenes que está produciendo una sociedad cada vez más alienada y alienante. Los video juegos o las lecturas equivocadas son invocadas para presentar como un acto aislado, individual lo que Crusius hizo en El Paso. De hecho, llegó al cinismo de afirmar qué si hubieran estado armados todos los que en ese momento estaban en el Walmart, cualquiera de ellos hubiera abatido al joven asesino antes de que hubiera hecho más daño. La vieja lógica de que el fuego se combate con fuego.
La cuestión es que, en ese caso, cómo en la mayoría de ese tipo de atentados, lo que se hace evidente es la descomposición social en la que todos estamos enfrentados con todos. La, en apariencia, inocente competitividad en la que estamos enfrascados cómo forma fundamental de relacionarnos, ha erosionado las formas de convivencia desarrolladas a lo largo de muchísimos años. Los mecanismos de resolución pacífica de problemas han cedido su lugar a formas cada vez más violentas de resolver nuestras diferencias.
El poner en el centro al individuo, en lugar de la sociedad, ha hecho que los intereses grupales (lo que le da sentido a vivir en sociedad) se subordinen a los intereses particulares. El resultado es que la sociedad es cada vez menos sociedad y, poco a poco, se ha ido convirtiendo en agrupación de individuos cuyos intereses fundamentales son privados y, por lo mismo, opuestos al interés general. Al final terminamos enfrentados todos contra todos y, ante el riesgo inminente del colapso social, se activa el viejo mecanismo del “chivo expiatorio”, aquél que consiste en buscar alguien que sea sacrificable para, de ese modo, expiar los pecados de la colectividad.
Según René Girard, el mecanismo del “chivo expiatorio” (que aparece sobre todo en momentos de crisis, de enfrentamiento social) transforma el peligrosísimo “todos contra todos”, que conduciría hacia la aniquilación de un grupo social, en un “todos contra uno”. El hecho de que permanezca oculto, hace que dicho mecanismo sea eficaz y permanezca vigente por el auto ocultamiento que le caracteriza. Le funcionó a Trump en el caso de Crusius y le está funcionando a la sociedad lagunera en el caso del jovencito que mató a su maestra antes de quitarse la vida.
La criminalización del alumno de primaria permite a los laguneros evadir los incómodos cuestionamientos acerca de qué tipo de sociedad hemos construido, qué tipo de niños y jóvenes formamos en casa y en la escuela, qué tipo de relaciones son las que caracterizan ahora a nuestra sociedad regional. No es que seamos la excepción, ni mucho menos. Lo que pasó en Torreón había pasado ya en Monterrey y, desgraciadamente, puede pasar en cualquier otro lado. A final de cuentas, todo el país cambió cuando se empezaron a mercantilizar las relaciones sociales a partir de los años ochenta. En ese momento empezamos a sembrar lo que hoy estamos cosechando.
Lo grave es que escogimos como chivo expiatorio a los más vulnerables: los niños. Hoy son tratados como presuntos delincuentes y no como víctimas.