Torreon, Coah.
Edición:
18-Nov-2024
Año
21
Número:
927
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LA LIBERTAD DEL DIABLO / 728


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Por:
Sin Censura
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18-01-2020
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Edición:

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POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.

Tomo prestado, de un documental, el título de este comentario. El autor del documento fílmico es Everardo González y tiene la virtud de buscar (y encontrar) un “nosotros” como respuesta a la pregunta de ¿quién es el responsable de lo que ahora nos pasa como sociedad? La libertad del diablo es otra manera de decir que el diablo anda suelto, que los límites a la conducta, que como sociedad construimos, funcionan cada vez menos cómo el cauce para canalizar la enorme energía que la vida social genera.  Alguna vez fuimos una sociedad que, hasta por intuición, le temíamos a profundizar las desigualdades. Nos sabíamos integrantes de una sociedad desigual, pero teníamos códigos de conducta, no todos escritos, que nos hacían mantener esa desigualdad dentro de límites que nos permitieran seguir siendo sociedad. Por ahí de los años 80 del siglo pasado todo empezó a cambiar.

La idea de que mientras más exitosos fuéramos en lo individual seríamos una sociedad de exitosos se anidó en lo más profundo de nuestras creencias. Olvidamos que tener éxito es, necesariamente, obtener lo que otros no pueden. Y lo peor es creer que lo obtenemos porque somos mejores que los demás, no porque estemos mejor situados en la estructura social. Ya sea por la familia en la que nos tocó nacer, o por el color de piel, o por el género o por cualquier otra característica asumimos que lo que tenemos es porque lo merecemos y, por tanto, las carencias de otros son igualmente merecidas. Hemos naturalizado la desigualdad y desnaturalizado la solidaridad. Aprendimos a vernos como competidores y a despreciar la cooperación.

En “La libertad del diablo” vemos entrevistas a personas que portan máscaras similares. A simple vista es difícil percibir las diferencias de género, de edad, de educación, de cualquiera de esas cosas que a diario escuchamos que es importante destacar para ser “únicos”, “originales”. Las máscaras de los entrevistados enfatizan que, a final de cuentas, todos los entrevistados son seres humanos, aunque algunos sean asesinos de otros seres humanos. Es la virtud del documental, victimarios y víctimas, familiares de asesinados o familiares de asesinos, todos somos producto (y productores) de una sociedad que se pudre y de cuya putrefacción no asumimos la responsabilidad.

Algo similar nos demuestra Karina García quien, para sobrevivir, abandona su tierra natal (presuntamente Coahuila) y emigra a Europa, específicamente a Inglaterra, buscando sobrevivir y tratando de encontrar las respuestas a esas interrogantes que uno se hace cuando la vida deja de tener sentido en el lugar de nacimiento… y en el que has vivido tus veintitantos años de vida. Para Karina las respuestas a sus cuestionamientos vitales había que buscarlos en la academia, en el trabajo científico. En su tesis de maestría busca explicar lo que resulta inexplicable con el sentido común, particularmente con el sentido común calderonista que explicaba qué si alguien moría en alguna balacera, seguramente era porque “estaba metido en algo”. Era la criminalización de las víctimas, una estrategia que permitía al Estado y a la sociedad permanecer al margen de acontecimientos eminentemente sociales y con una enorme responsabilidad estatal.

En su tesis doctoral, Karina García demuestra que todos los integrantes de una sociedad, por comisión o por omisión, somos responsables de lo que alguno de los sectores sociales hace contra el conjunto de la sociedad. Y al igual que Everardo González va y pregunta a los que el discurso oficial ha convertido en monstruos, es seres desnaturalizados que actúan contra la naturaleza humana. Y descubre que son seres humanos, como tú y como yo.

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