POR: SAMUEL CEPEDA TOVAR
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La filosofía intervencionista de los Estados Unidos es clara; desde aquél sueño de James Monroe en que Dios le dijo que la misión de los Estados Unidos era llevar la libertad y la democracia por todo el mundo, y de ahí deviniera la frase “América para los americanos”; el intervencionismo yanqui ha sido el sello de los Estados Unidos en cuanto a su política externa. Vendría después la política del gran garrote de Roosevelt, en donde los Estados Unidos funcionarían como “la policía” del continente americano, para instaurar el orden en donde así fuese necesario. Para el caso mexicano, basta recordar a los entonces presidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez que sirvieron como espías y estaban incluso en la nómina de la CIA bajo el intervencionismo yanqui en la época del auge del comunismo. Es precisos señalar, que el intervencionismo es muy diferente del asistencialismo o la cooperación bilateral; es cierto que los Estados Unidos ha apoyado países como Colombia con recursos para combatir al narcotráfico y la Iniciativa Mérida para apoyar con recursos a nuestro país en temas de seguridad; esta cooperación bilateral es una suma de esfuerzos encaminados a resolver problemas comunes, y distan mucho de una intervención física con tropas o agentes en tierra. No es difícil de entender la diferencia entre los dos conceptos. Por ello, resulta un ofrecimiento de intervencionismo puro el que ha realizado el presidente Trump al gobierno de Andrés Manuel López Obrador para erradicar a los cárteles de la droga. Estados unidos puede en su territorio, decretar como organización terrorista a quien le venga en gana, pero ello no significa de ninguna manera que arbitrariamente y sin permiso alguno pueda ingresar a territorio extranjero a eliminar células catalogadas como terroristas. Algunos evocan la intervención estadounidense en Irak, pero olvidan que para esto debe haber una resolución del consejo de seguridad de la Organización de Naciones Unidas que avale un intervencionismo y este debe ser justificado de tal manera que afecte o ponga en riesgo el orden mundial. Ahora bien, para definir a un grupo como terrorista, la legislación en Estados Unidos requiere que se trata de una organización extranjera y que su “actividad terrorista o terrorismo debe amenazar la seguridad de los ciudadanos estadounidenses o la seguridad nacional”, situación que no se presenta en la actualidad; pues el único registro de este tipo en la historia bilateral México-Estados Unidos, fue la invasión de Villa a Columbus que amenazó la seguridad de ciudadanos gringos y propició la intervención militar yanqui en México para capturar al revolucionario a cargo del General Pershing. Además de todo esto, resulta patético escuchar al presidente Trump hablar de limpieza, cuando seis de los nueves cárteles de droga más importantes de México operan en Estados Unidos (Juárez, Sinaloa, Jalisco Nueva Generación, del Golfo, Zetas y los Beltrán Leyva), el mercado más grande en cuanto a consumo de cocaína, heroína, mariguana, metanfetaminas y fentanilo. Quizá debería por empezar a limpiar su propia casa y con ello, sin esfuerzo alguno, disminuiría la violencia en México. Se trata, finalmente, de un sello de casa, de una idiosincrasia inmutable, de una filosofía arraigada, de un tatuaje indeleble llamado intervencionismo que caracteriza la política exterior de los Estados Unidos y que asoma nuevamente en el ofrecimiento de “limpieza” que Trump hace al presidente AMLO. No hay riesgo alguno, no hay nada que temer en este tema, se trata de Estados Unidos siendo leal a su esencia discursiva.