POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Una de las características de la democracia es la libre participación en los asuntos que a todos competen. Participar es formar parte no solo de los acuerdos o decisiones sino de la información y en la discusión para llegar a dichos acuerdos. De esa manera lo acordado, bien sea por consenso o por mayoría, tendrá el respaldo de quienes participaron en las deliberaciones. Para educarse en democracia hay que aprender a opinar con argumentos fundados, pero también se requiere aprender a escuchar con respeto las opiniones de los demás, aunque sean diferentes o contrarias a las propias.
Es cierto que para tomar la palabra hay que estar convencido de lo que se piensa decir, pero también es muy prudente considerar la posibilidad de que alguien más tenga una mejor idea respecto de lo que se discute. Hablar con respeto a los demás y luego escucharlos con atención permite construir interlocución. Algo parecido a lo que Vigotsky llama Zona de desarrollo próximo, para hacer referencia a la posibilidad de pasar de lo que se sabe a nivel individual (o se cree saber), a lo que se podría aprender escuchando opiniones diferentes.
Cuando alguien se cree poseedor de la verdad sucede algo parecido a lo que vemos en los actuales modos presidenciales de hacer política, de hablar y de decidir. En el discurso de López obrador hay aspectos importantes e interesantes como su obsesión contra la corrupción, y en general, contra el neoliberalismo. Su discurso es abiertamente antineoliberal, sin embargo, una cosa es hablar en contra de algo y otra muy diferente es construir algo que realmente sea diverso a lo que se critica. Algo así sucede con el discurso presidencial y con su forma de tomar decisiones. Abiertamente “da línea” sobre lo que deben hacer quienes llegaron a ocupar un cargo de elección popular, como si él los hubiera nombrado y no sus electores.
Ya bastante preocupación suscita el hecho de que sus colaboradores no puedan actuar con libertad de criterio, sin más límites que la propia legalidad impone pues, en más de una ocasión, han tenido que desdecirse una vez que el presidente opina en sentido diferente a lo que ellos manifestaron, aunque esto implique acercarse peligrosamente al ejercicio de facultades no establecidas dentro del marco legal. Así, el discurso amloista es muy diferente del que usaron quienes le antecedieron en el ejercicio del poder presidencial, pero, lastimosamente, sus prácticas se diferencian cada vez menos.
Es el caso de los diputados a los que AMLO llamó “diputados fifí”, integrantes de la bancada morenista que, sin embargo, votaron contra el proyecto de Reforma Educativa impulsado por la presidencia. Quizá ese proyecto sea mejor que el que casi logra imponer Peña Nieto, pero al final ambos comparten la característica de ser “el proyecto del presidente”. Aunque se trate de presidentes muy diferentes, lo importante es que sigue sin escucharse la voz de padres de familia y de profesores. De hecho, uno de los “diputados fifí” es Azael Santiago Chepi, exlíder de la Sección 22 de la CNTE, agrupación de profesores que se opuso a la Reforma educativa de Peña Nieto y que se opone hoy a la de López Obrador.
El recurso para la descalificación sigue funcionando. No se intenta convencer sino vencer. Se trata de convertir a los interlocutores en subordinados, no tanto de transformarlos en aliados por la vía del convencimiento, de la persuasión que se logra cuando los argumentos son convincentes. Son aliados y no solo simpatizantes los que está perdiendo la 4T, según lo que indican las últimas encuestas de opinión.