POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Desde que era candidato, Andrés Manuel López Obrador se apoyó en las ideas de algunos de nuestros héroes patrios para sostener su propuesta de gobierno. Particularmente se apoyó en la vida y obra de Benito Juárez García, el Benemérito, del que ha tomado algunos principios como rectores de su propia conducta y de quienes trabajan en su gobierno. De la separación entre el Estado y la iglesia, López Obrador quiere aprender la lección de recuperar la soberanía estatal que durante los gobiernos foxista y peñista estuvo comprometida ante el poder eclesiástico, para lo cual basta recordar a Fox (portando la banda presidencial) arrodillado ante Juan Pablo II, o a Peña Nieto comulgando en una ceremonia religiosa pública.
Sin embargo, para el tabasqueño quienes se han apoderado del poder político son los dueños del dinero, una élite económica nacida y crecida al amparo de las reformas salinistas a partir de los años noventa. Bienes que alguna vez fueron propiedad del Estado pasaron a ser propiedad privada. Lo mismo canales de televisión que Teléfonos de México, siderúrgicas o bancos se convirtieron en la máquina generadora de riqueza de unos cuantos que, junto al dinero, obtuvieron la cuota de poder que antes pertenecía a los ricos que hicieron fortuna amparados bajo la sombra del Estado benefactor. Los Slim, los Salinas Pliego, los Larrea, etc., emergen como los nuevos usufructuarios de la cercanía con el poder político del cual obtendrán concesiones, información, subsidios a tal grado que luego serán ellos los que definan quien llega al poder. El ejemplo emblemático es Peña Nieto, un candidato construido por la televisora más importante y controlado por los principales jefes de empresa del país, mismos que construyeron una camisa de fuerza con la que han mantenido maniatado a cada jefe de Estado desde Salinas hasta Peña.
A López Obrador le tocó heredar la camisa de fuerza expresada en las llamadas “reformas estructurales”, en la arquitectura constitucional tan pacientemente construida en el periodo neoliberal, en los acuerdos y compromisos con instancias internacionales que no tienen otro propósito que dar certidumbre a los inversionistas, y en la ideología neoliberal que ha mellado los usos y costumbres de una sociedad como la nuestra que tiene una antiquísima tradición comunitaria. Por eso López Obrador se oye tan anticuado, tan fuera de tiempo. Su discurso choca frontalmente con el ideario neoliberal que pone en primer lugar el éxito individual, obtenido a cualquier costo. Sus propuestas de poner orden en las finanzas nacionales asustan a quienes han obtenido enormes ganancias gracias al desorden financiero que ha caracterizado desde hace muchos años al gobierno.
El nuevo juarismo enfrenta, por lo mismo, resistencias casi tan poderosas como las que enfrentó Benito Juárez en su momento. Los conservadores de entonces invocaron ejércitos extranjeros para combatir a los liberales, los reaccionarios de hoy, encabezados por Vicente Fox, invocan a los mercados internacionales para que ahoguen la economía mexicana. El pensamiento neoliberal ha penetrado tanto en las mentalidades de quienes dirigen los principales medios masivos de comunicación que, de manera abierta o encubierta, se han convertido en la punta de lanza interna para boicotear y, en su c aso, revertir las transformaciones que López Obrador pretende.
El nuevo juarismo también tiene sus aliados, Son muchos los que aplauden la cancelación de las pensiones a los expresidentes, la desaparición de un oneroso Estado Mayor y sobre todo, la política un tanto asistencialista que permite el apoyo a los ancianos, las becas para los jóvenes, los apoyos para el campo y la permisividad para que pueda resurgir la democracia en los sindicatos.