POR: AGENTE 57
ARRANCAMOS… la heterogeneidad, el contraste a veces brutal, ha sido una de las características más notales de la sociedad mexicana desde la época colonial. La diferencia entre clases y grupos ha sido tan grande como las diferencias regionales o incluso mayor, y éstas no son nada desdeñables sobre todo porque la comunicación sistemática entre todo el país es un fenómeno reciente, de fines del siglo XIX. Esta falta de relación entre regiones separadas por una geografía espectacular fue uno de los principales obstáculos para la formación de la nacionalidad mexicana que sólo pudo ir adquiriendo un contenido real en el siglo XX, y tras muchos esfuerzos. La Revolución Mexicana fue la fuerza aglutinadora que permitió, en muchos sentidos, solidificar las bases de una nacionalidad que había empezado a cristalizar penosamente un siglo antes aunque al destruir el sistema político creado durante la dictadura porfirista las fuerzas centrífugas domesticadas-pero no destruidas- por Díaz, afloraron y un nuevo regionalismo volvió a tomar fuerza. Así pues, una de las grandes tareas del régimen de la revolución fue volver a recrear la unidad política perdida durante los años de lucha civil, incluso si en el proceso se hacía a un lado el espíritu del pacto federal. Esta tarea requería la creación de nuevas instituciones económicas, culturales y políticas que permitieran alcanzar la meta que desde el principio el gobierno central había perseguido como prerrequisito para llevar adelante el proyecto nacional, es decir, la concentración del poder político. Es verdad que el esfuerzo de los primeros regímenes de la revolución por homogeneizar la cultura nacional fue portentoso y que, dada la escasez de recursos, sus intentos por mantener y desarrollar una infraestructura básica que sustentara un mercado nacional también debe tomarse en cuenta, pero la unificación política es la que tuvo mayor importancia en los años veinte y los primeros del siguiente decenio; el acento económico se pondría después. Por eso en las siguientes líneas se pretende analizar los medios a través de los cuales se llevó a cabo la reestructuración política y el efecto que tuvo la misma en la vida local. El más somero de los análisis del Maximato tiene por fuerza que llevar al observador a la conclusión de que los procesos políticos locales fueron bastante diferentes entre sí y que los conflictos estuvieron a la orden del día. Los congresos estatales eran muy afectos a los “camarazos”, y el congreso nacional se había convertido en un instrumento – no siempre dócil-del presidente o del “jefe máximo”, que utilizaba para desconocer tanto al ejecutivo como al legislativo local cuando así lo consideraba necesario. La secretaría de Gobernación, lo mismo que el PNR a través de su presidente o de la Comisión Permanente en el congreso, fueron asimismo utilizados para introducir, modificar o detener ciertas políticas estatales. Los conflictos entre gobernadores y jefes de operaciones militares menudearon y como el PNR era una coalición de partidos, no se pudo evitar que en numerosas ocasiones dos o más de sus afiliados se enfrascaran en ruidosas luchas con el fin de nombrar a sus candidatos para la gubernatura, los congresos local y nacional o las presidencias municipales. En fin, la vida política local durante el Maximato puede calificarse de todas las maneras que se quiera menos de tranquila y predecible; la institucionalización apenas estaba comenzando y el conflicto fue su nota dominante. Algo sin embargo quedó en claro: el poder central le ganó terreno a los feudos y cacicazgos locales. El factor más importante de los procesos políticos en los estados fue la fuerza del liderato y de las organizaciones locales, puesto que de ellos dependía la capacidad de disciplinar a los grupos locales y de negociar con el centro, es decir, con el gobierno federal, con el partido, con el “jefe máximo”.
MI VERDAD.- estudiar el pasado es comprender el presente.NLDM