Querido abuelo:
Ahora miro hacia atrás, a los años que pasamos juntos y que me hacen regresar a esos días maravillosos que atesoro en el alma.
Gracias por ser quien me inspiró a perseguir los sueños que un día decidí que quería alcanzar, y que sin duda me han ayudado a convertirme en la mujer que soy ahora.
Fuiste tú quien me impulsó a ir más allá de mis límites a través de tu ejemplo como ser humano honesto y congruente con tus palabras llenas de sabiduría y también con tus interminables aventuras.
Recuerdo que cada sábado esperaba impaciente el momento de ir a tu casa para que me contaras una de las muchas historias de cuando viajabas a cualquier parte y no tenías miedo de nada, o de cuando conociste a mi abuela y quedaste cautivado por su cara, su cuerpo y su bella forma de ser, y nunca más la dejaste ir.
Mamá dice que cuando eran niños, eras al mismo tiempo un hombre duro en la disciplina y amoroso en tu trato hacia ellos. Ese amor lo extendiste hasta nosotros tus nietos, pues me cuenta que fuiste la primer persona en conocerme cuando nací, y que cada semana durante mucho tiempo me ibas a ver a pesar de que vivías lejos.
No hubo un solo momento en que tú no estuvieras al pendiente, no hubo una enfermedad en la que no estuvieras para cuidarnos. No hubo una dificultad en la que no estuvieras para apoyarnos.
Bastaba ver tus ojos chispeantes para adivinar que tenías el alma de un niño que sólo pensaba en cuál sería su siguiente travesura. No olvido aún la expresión de mi abuelita cuando te descubría haciendo inventos o asustándonos detrás de las puertas.
La última vez que te vi bien me contabas sobre las andanzas de tu padre, un hombre lleno de ideales y con el corazón sediento de aventuras como tú.
A pesar de que ya estabas muy decaído por tu enfermedad, tu mirada brillaba como siempre que hablabas de lo que te apasionaba, y me decías que en la vida sólo existía el día de hoy para hacer lo que nos hiciera felices, y que esa era la única forma en la que nuestra existencia en esta tierra se justificaba.
Luego, ya no hablabas, no sonreías, no te movías; solo pude abrazarte, besarte, decirte cuánto te amaba y que agradecía a la vida por haberme dado el regalo de que tú fueras mi abuelo y tu, con tus grandes ojos me veías y me bendecías.
Hoy sé que esa fue tu despedida, y cada palabra quedó grabada en mi memoria y mi corazón. Gracias por las sonrisas, las historias, los abrazos, las travesuras, los juegos, los cuidados, los consejos y el amor desmedido que sentías por todos.
Gracias por enseñarme a vivir.
*Inspirada en José Ordaz Ortega. 12/02/2019✝