Torreon, Coah.
Edición:
18-Nov-2024
Año
21
Número:
927
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MI VERDAD / 692


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Por:
Agente 57
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23-02-2019
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POR: AGENTE 57

ARRANCAMOS… REPENSAR EL NACIONALISMO.- si el nacionalismo apela a la historia, costumbres, expresiones artísticas y modos de vida históricamente configurados en una nación, todo lo cual constituye la esencia de la identidad nacional propia de un país, es hasta cierto punto lógico que del nacionalismo o de la cultura nacionalista se hayan hecho a lo largo del tiempo y en todas partes muchos usos políticos y/o ideológicos. De hecho, para una vertiente de estudiosos del tema, el nacionalismo es ante todo una ideología que convierte a la nación en valor absoluto, una ideología entendida como falsa conciencia, como discurso mitificador de la realidad. Y si bien un país, por regla general, conserva y hereda a las generaciones venideras un centro más o menos fijo e intocado de valores, iconos e ideas de lo nacional, independientemente de las actualizaciones, ajustes o redefiniciones que pudiera experimentar, el hecho es que una cultura nacionalista siempre puede manipularse o utilizarse como política o como ideología, como fuente de legitimación de una elite política. De ahí que podamos hablar de usos, abusos y desusos del nacionalismo. En nuestro país tenemos ejemplos insuperables al respecto, pero sobre todo en la era de la revolución institucionalizada, en la que una elite política, aquella que triunfó en la Revolución, recurrió a todo lo que estaba a su alcance para legitimarse, reproducirse en el poder y justificar su proyecto de nación. De hecho, fue un entramado básicamente de tipo simbólico y cultural el que permitió al régimen autoritario mexicano mantener su larga continuidad y notable legitimidad durante décadas. Y si bien el nacionalismo mexicano había definido mucho tiempo atrás los rasgos constantes de la imagen nacional, desde el siglo XVII hasta el XIX (la reivindicación del pasado indígena, el guadalupismo, el mestizaje, los atributos naturales, etcétera), en el siglo XX las elites triunfantes en la Revolución le imprimieron al nacionalismo nuevos rasgos por convenir a sus intereses. En ausencia de prácticas democráticas o de plenas garantías y derechos, o de una cultura de respeto a la ley, la Revolución hecha régimen apeló al nacionalismo como fuente de legitimidad y, en algunos momentos, al crecimiento económico o a la justicia social. Por esta vía, el nacionalismo se convirtió en un componente ideológico del régimen posrevolucionario, el “nacionalismo revolucionario”, el cual se acentuó en la práctica con una política de nacionalizaciones y expropiaciones en los años veinte y treinta y con reiteradas políticas populistas desde entonces. En el México posrevolucionario, el nacionalismo se convirtió entonces en una ideología organicista y geométrica, un discurso sobre la sociedad organizada desde el Estado y el partido como articuladores de clase, una retórica de lo popular, una estrategia estatista que renuncia a la autonomía de lo social para privilegiar las alianzas con el Estado. En síntesis, el nacionalismo revolucionario fue el sustrato ideológico de un régimen autoritario, muy eficaz por cierto si se constata su larga duración. Sin embargo, como sabemos, por efecto de varias causas (las aperturas democrática y económica a partir de los años ochenta, sobre todo) terminó agotándose de alternancia en el poder nos ofrece una valiosa oportunidad para discutir qué contenidos de ese nacionalismo es hora de mandar a retiro, cuáles pueden permanecer reformulados y cuáles son constantes por ser parte de nuestra identidad nacional.

MI VERDAD.- si se requiere la identidad nacional, para sentirnos mexicanos. NLDM

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