POR: EUSEBIO VÁZQUEZ N.
Son las 5:40 horas del día 3 de enero de este ya 2019, casi la hora de tu partida, pero del conmemorativo 25 de diciembre, el día de la Navidad 2018 y ante la presencia atónita de nuestro hijo Eusebio, a quien por azahares de la ¿suerte?, le correspondió cuidar de tu agonía en el rol que con sus hermanos Rosario Guadalupe y Vicente, organizaron para ese efecto tan doloroso y particular.
Casi en penumbras y a tientas en el teclado porque la luz del día no entra todavía por la ventana de mi “oficina” (una recámara de mi casa que desde que nuestros hijos tomaron su rumbo habilité como tal) y la artificial no me iluminan suficientemente los recuerdos y las vivencias que a raudales vivimos juntos los 52 años de nuestra convivencia matrimonial, años que se cumplieron el día que inhumamos tus restos, así como con emoción desbordada y un nudo en la garganta lo mencionó nuestra nieta Laurita, a quien en forma arbitraria pero basado en sus prendas personales y la gran convivencia que contigo y de común acuerdo construyó a lo largo de sus casi 24 años de edad: mis abuelitos cumplirían hoy 26 de diciembre, 52 años de matrimonio.
Y así continuó ante la atónita y emocionada escucha de su público en el cementerio, integrado por familiares y amigos que nos ofrendaron el obsequio de su asistencia a tus funerales: Mi abuelita tuvo sed de saber, era una aficionada fiel a la observación de los astros y cuando había luna llena nos llamaba a mi hermana Mariana y a mí para que la disfrutáramos junto con ella e incluso le construyó mi hermana, con trozos y trocitos de papel de colores fosforescentes una colección de los planetas con su sol, luna y estrellas, y se la colocó en su recámara para que lo tuviera siempre presente.
Y ya entrada en palabras y emoción desbordantes, recordó también: mi abuelita se ganó a pulso su pase directo al cielo por su capacidad de amar y porque los 71 años que vivió se la pasó sobrellevando su relación día a día entre sus familias: biológica y de crianza, a quienes reunió en su despedida de este mundo. Gracias.
Nadie aplaudió porque no era la ocasión, motivo ni el momento, pero la sinceridad de la nieta-oradora, nos dejó con el nudo en la garganta y algunas lágrimas de emoción en los ojos.
Y no deseo que en el proceso de redacción de este texto dedicado a ti y a tu agradable memoria, se me pase comentarte, mi amada esposa, que en la velación de tu partida nos acompañó el doctor Juan Francisco Zavala Madero, nuestro médico de siempre, como bien lo comentó en su presencia la señora Chelito García, esposa de don Tomás Navarro, nuestros siempre amables vecinos de enfrente. ¡Qué gusto y emoción hubieras manifestado ante esta inesperada y honrosa visita de acompañamiento!
TÚ, MI MUSA.- Y si nuestro poeta coahuilense Manuel Acuña y Narro dedicó a Rosario su Nocturno, yo por qué, plagiándole la idea, no he de dedicar estas palabras a ti, mi amada esposa y expresar como él lo hizo al concluir su poema clásico del Romanticismo español y coahuilense:
“Adiós por la vez última, amor de mis amores, mi lira de poeta, mi juventud, adiós”
ALGUNAS DE TUS PRENDAS DE VIDA. A unas semanas de tu partida y después de los 52 años exactos que con amor y entrega me obsequiaste, reconozco en todo lo que vale y la extensión de la palabra, tu sinceridad, tu abnegación excesiva, tu lealtad a toda prueba y la honradez acrisolada que imprimiste a nuestras vidas. Descansa en paz, mi amada Rosario. Allá nos vemos.
Tu esposo