Cuando escribo, me enfrento a la realidad de que no todos están de acuerdo con la manera en que lo hago. Puede ser un reto, incluso frustrante, sobre todo en estos tiempos en los que cada vez menos personas quieren leer.
Esa falta de interés convierte la tarea del escritor en algo más difícil de lo que parece. Pero también creo que es deber del escritor defender sus ideas y pensamientos. Si no lo hace, pierde su identidad, el diálogo abierto y respetuoso con el lector es el puente que permite que las ideas fluyan.
Cuando escribo desde el corazón, lo hago para crecer como ser humano. A lo largo de los años, he aprendido que un escritor no debe usar sus palabras para destruir a una persona o a la sociedad. Mientras el Señor guíe mi mano, no escribiré nada malo.
La experiencia de escribir se enriquece con el tiempo, pero si el lector no camina ese trayecto junto al escritor, el viaje pierde su sentido.
La empatía es vital: ni escritor ni lector pueden vivir el uno sin el otro. Leer no debe verse como una barrera, sino como un pasaporte para viajar. Cada página es una oportunidad para aprender y crecer, año tras año.