Todos los días alimentamos nuestro cuerpo como condición necesaria para la supervivencia. Sin embargo, no toda alimentación es nutritiva, es decir, no todo o que ingerimos cumple con la función de nutrir nuestro cuerpo, de proporcionar lo que necesitamos para mantenernos con vida y en las mejores condiciones para vivir esa vida. Muchas veces, por el contrario, ingerimos justo aquello que nos daña, aunque en apariencia nos fortalece. A este tipo de alimentos se les conoce como “alimentos chatarra”, en parte porque están elaborados con los desechos de otros productos, y en parte porque la forma de procesarlos implica adicionar ingredientes que nada tienen de comestibles pero que, sin embargo, son indispensables para alargar la vida de anaquel.
El caso es que, de acuerdo con algunos investigadores, conviene diferenciar entre alimentos naturales (los que podemos consumir prácticamente tal como nos los proporciona la naturaleza); los procesados (que han sido sometidos a un proceso mínimo de transformación como el pasteurizado de la leche, por ejemplo); y los ultraprocesados (los que se elaboran con productos que ya fueron sometidos a un procesamiento previo, como el caso del cátchup que es elaborado con tomates previamente procesados y adicionados).
Sin embargo, en esta ocasión la intención no es tanto hablar de los mecanismos específicos de procesamiento y ultraprocesamiento de productos que luego ingerimos, sino de su trasiego, así como de otras prácticas, incluso domésticas, que resultan altamente perjudiciales para la salud. Es el caso de pastelillos y productos impregnados de diversas variantes de microplásticos derivados de su envoltura.
En lo referente a las prácticas domésticas riesgosas está la costumbre de calentar en el microondas alimentos en contenedores de plástico que, una vez sometidos a las temperaturas de calentamiento o, incluso de cocción, desprenden nanopartículas de plástico que se incorporan en los alimentos así calentados. De ese modo llegan a nuestro organismo, cada vez más, pequeñísimos trozos de plásticos que se alojan en riñones, hígado y cerebro. Respecto de este último órgano, los hallazgos científicos muestran qué, según una nota de Infobae*, en algunos cerebros se ha encontrado microplástico en cantidades equivalentes a una cucharita.
Como quiera, revistas científicas como Nature Medicine, en su número de febrero de este año**, reportan cantidades crecientes (respecto de años anteriores) de nanoplásticos en órganos como el cerebro lo que conduce a la necesidad de revisar las regulaciones ambientales que permiten la producción, distribución y desechos de cantidades ingentes de plásticos que, de alguna manera, llegan al organismo humano con los consecuentes daños a la salud, esto sin considerar los perjuicios al medio ambiente que envenenan aire, agua y, por tanto, animales que luego consumimos.
Una de las alternativas para disminuir la incorporación de este tipo de contaminantes es el establecimiento de controles más rigurosos en el uso y consumo de ultraprocesados. De ese modo se podría contribuir, según los expertos, a una disminución en el aumento en las tasas mundiales de depresión, demencia y otros trastornos mentales asociados a la ingesta de este tipo de productos.
Un paso importante ya se dio con la prohibición de venta de “alimentos chatarra” en las escuelas, pero no es suficiente. La epidemia de obesidad y sobre peso, que auguran un incremento en los casos de diabetes e hipertensión arterial, exige medidas que vayan hacia la población juvenil y adulta, segmentos en los que ya hay una verdadera adicción al consumo de azúcares en la forma de dulces, pastelillos y bebidas, así como de grasas y sales en forma de frituras. Urge regresar a prácticas de consumo más saludables.
* https://www.infobae.com/america/ciencia-america/2025/05/20/el-plastico-llega-al-interior-del-cerebro-humano-por-que-se-sospecha-de-los-alimentos-ultraprocesados/
** https://www.nature.com/articles/s41591-024-03453-1