Arrancamos… En México, las elecciones de 1988 producían para la izquierda independiente un cambio de mensajes cruzados. Al mismo tiempo que pasaba de la marginalidad a la condición de oposición real de poder, la izquierda perdía el sentido original de su existencia: el socialismo. Estos golpes sucesivos produjeron en sus filas tres reacciones diferentes. Los conservadores nostálgicos se empeñaron en negar la magnitud del descalabro y se refugiaron en los recuerdos y la reiteración. Los amnésicos revisionistas se empeñaron en olvidar el pasado anterior a 1989 y en adaptarse miméticamente a lo posible en las nuevas condiciones. La tercera actitud fue la de aquellos que se empeñaron laboriosamente en buscar una síntesis entre la innovación que exigían los grandes cambios en el mundo y la continuidad de las ideas y los valores que aseguran la preservación de la esencia del espíritu de izquierda. A partir de los años ochenta, la izquierda enfrenta en el mundo una situación muy diferente de la que privaba en el periodo de la posguerra (1945-1982). Antes, la izquierda estaba a la ofensiva en todos los frentes y la derecha se batía en retirada. La victoria sobre el fascismo, la descolonización acelerada; la victoria de revoluciones anticapitalistas, entre las cuales se contaron la china y la cubana; la pretensión de un tercio de los países del mundo de contar con una economía socialista o no capitalista, son otros tantos indicadores de esa situación. A partir de los ochenta, en cambio, la situación se revierte. La derecha pasa a la ofensiva y la izquierda retrocede en todos los terrenos. La Unión Soviética desaparece y el Estado de bienestar social pierde terreno. Conceptos como socialismo, revolución, antimperialismo, lucha de clases o independencia económica han perdido credibilidad incluso en los sectores que eran los sujetos sociales privilegiados de la izquierda. Pero más importante que todo ello es que muchas de las ideas que inspiraban a la izquierda anterior a 1989 demuestran ser equivocadas y otras son nocivas: la proposición de que para lograr la igualdad es legítimo pagar cualquier precio en términos de libertad y democracia; la hipótesis de que una economía compleja y moderna puede prescindir del mercado y estar totalmente basada en la planeación estatal; la idea de que un partido político puede ser la conciencia de una clase, no son sino algunos ejemplos. Todo ello explica las decenas de congresos con nombres como "La crisis de la izquierda", "¿A dónde va la izquierda?" o bien "¿Izquierda para qué?" de los últimos años. Ello explica, también, que la izquierda renuncie a la mayoría de sus demandas maximalistas y que el mundo político viva bajo el predominio absoluto del color gris. Vale decir, un mundo en el cual derecha e izquierda parecen presentar opciones que apenas se distinguen entre sí. En la mayoría de los países, el reto para la izquierda es reinventarse o dejar el campo libre a la derecha. Pero ¿puede la izquierda reinventarse sin perder su continuidad histórica? Esta es la pregunta que muchos nos hacemos y la opinión pública o al menos parte de ella se plantea: ¿una izquierda para qué? Comencemos por la última de estas preguntas. La izquierda es necesaria porque existe una derecha. ¿Y quién se atrevería a negar que existe hoy en el mundo y en México una derecha? La izquierda es necesaria para frenar a la derecha de hoy. Pero eso no puede hacerse con la izquierda de ayer. Por eso hay que reinventarla. Regresemos ahora a la interrogante inicial. ¿Puede la izquierda reinventarse? La izquierda no es una persona, un partido, una revista. Es ante todo un conjunto de posiciones. Una concepción del mundo, tomas de posiciones políticas, un movimiento heterogéneo y móvil que lo convierte en realidad política. Nadie tiene el monopolio de las posiciones de izquierda. Norberto Bobbio define derecha e izquierda en función de la actitud hacia el problema de la igualdad. La derecha adopta la posición de que la desigualdad social existe desde que existe la civilización y es, por lo tanto, necesaria para su funcionamiento. La competencia (en la cual siempre hay vencedores y vencidos) es el motor del progreso. La izquierda sostiene que la igualdad de oportunidades y la satisfacción de las necesidades básicas de todos es la condición básica de la justicia social.
MI VERDAD.- Sin duda, la actitud hacia la igualdad es una constante determinante en la relación entre derecha e izquierda.