En una de sus giras de trabajo la presidenta Sheinbaum fue cuestionada por tres niños que le reclamaron “¿Por qué quitaste los dulces de las escuelas?”, una escena que ilustra el enorme poder adquirido por la industria de “alimentos” chatarra que, después de tantos años, se han adueñado del paladar infantil. Y lo mismo puede decirse de muchísimos padres de familia que han naturalizado el consumo de frituras como un alimento más.
Para que eso hubiera sucedido primero tuvimos que ceder las defensas institucionales, las dependencias y normativas diseñadas precisamente para proteger la salud de ciudadanos. El Estado de Bienestar debe esa denominación a la función estatal de proteger a la clase obrera para que se mantuviera, por lo menos, en posibilidades de seguir trabajando y produciendo. Funcionaba como un amortiguador del conflicto permanente entre clases sociales para garantizar continuidad a un modelo de desarrollo que, aunque explota al trabajador, mantiene las contradicciones de clase en términos manejables.
Con la irrupción del neoliberalismo en los años 80´s se rompieron esos límites y, a partir de entonces, los valores del individualismo a ultranza fueron “comprados” por la clase trabajadora. Con ello se renunciaba a valores superiores como la solidaridad y la cooperación para ceder el lugar central a la competencia con lo que se facilitó la explotación del trabajador.
A partir de la década ochentera los conceptos que ocuparon el lugar central en las charlas cotidianas eran los que tenían que ver con el “éxito”, visto siempre como una necesidad individual, como una manera de ser “ganador” porque, de ahí en adelante, los que cooperan es porque no pueden solos, necesitan de los demás y, por tanto, son “perdedores”. El mundo social en México, a partir del sexenio de Miguel de la Madrid, se empieza a configurar como una relación entre “ganadores” y “perdedores”, etiquetas que hacen referencia al esfuerzo individual y que permite afianzar la idea de que quienes más tienen es porque más se esfuerzan y, por tanto, los que menos tienen es porque no le han echado suficientes ganas. Es el origen del ”echeleganismo” como discurso naturalizador de desigualdades que nada tienen de naturales.
Si uno revisa el surgimiento de los nuevos ricos mexicanos (Slim, Salinas Pliego, etc.) podrá uno encontrar que las fuentes de su riqueza fueron alguna vez propiedad pública, es decir, en la medida en que Teléfonos de México dejó de ser de México para convertirse en propiedad privada de Carlos Slim, en esa misma medida se crearon las condiciones para la acumulación de capital en pocas manos que hoy caracteriza a nuestro país. Lo mismo podría decirse de Salinas Pliego y de toda esa camada de nuevos ricos que brotaron como hongos durante la aplicación de políticas neoliberales por parte de gobiernos de De la Madrid, Salinas, Zedillo, etc.
La privatización de lo público implicó también un proceso de privatización/individualización de la mentalidad de todos los segmentos de la sociedad, incluidos los más pobres, los que por definición están condenados (por el modelo de desarrollo neoliberal) a heredar su pobreza a sus hijos, y así generación tras generación.
Por eso vemos a padres de familia defendiendo el “derecho de alimentar a sus hijos con chatarra” y, también, por eso vemos a sus hijos reclamando a la presidenta por prohibir los dulces y frituras en la escuela. Son sus “derechos individuales”, son la expresión de una mentalidad neoliberal de la que no se es consciente y, por eso, se defiende como si fuese un derecho natural. Son las lecciones que nos brinda la prohibición.