El silencio es un sabio maestro que nos enseña lecciones de paz y serenidad. Es un bálsamo que aquieta la mente agitada y nos revela la magia de la tranquilidad.
Pero si has de hablar, hazlo con conciencia y respeto, buscando siempre palabras buenas. Expresa tus ideas con coherencia, y en cada frase deja una estela de sensatez. No hables solo por hablar: que tus palabras estén guiadas por Dios.
Ilumina los oídos de los demás con sabiduría y pasión, porque las palabras son más que simples sonidos o letras: son pensamientos hechos presencia.
En ellas yace el poder de crear o destruir, pero siempre es preferible construir. Usa las palabras con prudencia y libertad.
No hables a menos que puedas mejorar tus propias palabras. Tal vez en ellas descubras belleza y armonía. Y así, en cada verso, hable menos el ruido… y más el silencio.