Arrancamos… Con las Leyes de Reforma, Benito Juárez completó la obra constitucional, adoptó una serie de medidas para proclamar la separación de la Iglesia Católica y el Estado; confiscó todas las propiedades eclesiásticas y prohibió la percepción del diezmo; vedó a los funcionarios que asistieran a actos religiosos y abolió toda orden monástica masculina y reclutamiento de miembros para las órdenes femeninas. En 1860 se decretó el destierro de todos los prelados. Esa atizada al fogón, dio motivo, fuerza y presencia a los conservadores para que tuvieran, por segunda vez, la solución imperial. Con la restauración de la República, se aplicaron al pie de la letra las Leyes de Reforma. El 20 de mayo de 1873, el gobernador del Distrito Federal, por órdenes del Presidente Sebastián Lerdo de Tejada, detuvo a todos los jesuitas, así como a los frailes, monjas y sacerdotes extranjeros. Y "los naturales del país, seguirán purgando en la cárcel su desobediencia a las leyes, las monjas, en atención a su sexo, tendrán por castigo el susto recibido, el pesar de que deben estar poseídas y la imposibilidad de volver a congregarse, que para el efecto andará muy dispuesto el Argos de la policía. Por lo que respecta a los sacerdotes extranjeros, en cuyo número se encuentran todos los jesuitas, serán desterrados del país como extranjeros perniciosos". La pérdida de sus sacerdotes provocó en el pueblo católico mexicano, una serie de desbordamientos, de motines, de cólera y de alzamientos armados, como el de Eulogio Cárdenas (tío abuelo del expresidente Lázaro Cárdenas), quien el 9 de mayo de 1874, a la cabeza de una numerosa tropa de religioneros tomó Sahuayo. "Las gavillas de "religioneros", nombre asignado porque defienden la religión, han tomado tal incremento que multitud de poblaciones han sido saqueadas; y la insurrección se extiende por gran parte de la República". Con esa desastrosa guerra religiosa, antecedente de la "cristiada", y que de igual forma movilizó al pueblo y lo hizo llenar ríos de sangre, quedó demostrada la imprudencia y falta de tacto de varios gobernantes; y la violación sistemática y no respeto a las leyes, por parte de los clérigos. La política pacificadora de Porfirio Díaz permitió que se estableciera un pacto con el clero político: La Iglesia debía elevarlo al poder, dándole el financiamiento para un golpe de Estado; y él, pagaría a la Iglesia, dándole plena libertad de acción. Dió a conocer el Caudillo de Tuxtepec que era estadista, cuando, conservando el principio de separación de la Iglesia y del Estado, se propuso acabar con la tarea de destrucción de la Iglesia por el Estado. Estableció relaciones personales con los miembros del alto clero, atendió a sus recomendaciones para emplear católicos, prohibió persecuciones y toleró la existencia de conventículos... La "paz porfiriana", nacida por el oportunismo y un gran sentido de inteligencia política, fue provechosa para la Iglesia y el pueblo mexicano porque, la gran persecución, implicado el clero político o no, significó una guerra, que el gobierno no pudo ganarla sino abatiendo al propio pueblo. La política de conciliación había pues, llegado a un resultado positivo de hecho, y era el de restablecer el antiguo Patronato Real.
MI VERDAD.- Las ventajas de que el clero llegó a gozar no fueron el resultado de la debilidad del gobierno, sino de la sumisión a él. Tenía que ser así, porque el gobierno de una nación nada es si su poder no es el más fuerte de todos.