No sé cuántas veces hemos hablado sobre mi carácter, y cuánto he intentado explicarte que muchas de mis reacciones tienen raíz en mi enfermedad. A veces, puedo parecer tranquilo, pero dentro de mí hay una tormenta que crece cuando siento que no tengo la libertad de hacer lo que quiero o lo que necesito.
Entiendo tu coraje, tu frustración. Sé que a veces te duele que no cumpla lo que prometo o que, incluso, cuando intentas explicarme algo, parece que no lo entiendo. Tu enojo es válido, siempre lo será. Pero antes de que trates de cambiarme, quiero pedirte algo: trata de entenderme un poco más.
Mi desesperación viene de las limitaciones que me impone mi enfermedad, de sentirme atrapado en un cuerpo que no siempre responde como quisiera. Esa impotencia me entristece más de lo que imaginas, y muchas veces es difícil cargar con ello sin que se note.
Si dices conocerme tanto, si dices que me quieres, no entiendo del todo tu enojo hacia mí. Pero yo, en cambio, sí te entiendo, aunque nuestras opiniones o emociones no siempre coincidan. Te entiendo porque te amo, y el amor de un padre no se quiebra, ni con los desacuerdos, ni con los días difíciles.
Quiero que recuerdes algo: aunque nos enojemos, aunque el camino sea complicado, siempre estaré aquí para ti. Mi amor por ti es incondicional, y eso nunca cambiará.