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Se necesita ser un completo ignorante de la historia de nuestro país para negar nuestro propio holocausto indígena durante la conquista por parte de España y los posteriores 300 años de colonización. Solo durante la conquista, murieron más del 90% de los indígenas por masacres y enfermedades traídas por los invasores españoles. Se calcula que solo durante la conquista murieron 240 mil indígenas, una de las matanzas más relevantes fue la de Cholula en 1519, pues sus víctimas fueron gobernantes, los sacerdotes y la población civil desarmada a manos de españoles y aliados tlaxcaltecas antes del arribo a Tenochtitlán. Según el propio Cortés, en un par de horas sus hombres asesinaron a 3 mil personas. Bernal Díaz del Castillo lo describió como “matamos muchos de ellos y otros se quemaron vivos”. Francisco López de Gómara, el historiador oficial de Cortés, habla de 6 mil víctimas. No se podría llegar al conteo exacto de víctimas, pero la magnitud de la masacre parece exceder los miles. En su libro “La conquista de América: una revisión crítica”, Antonio Espino López habla de las felonías cometidas por Hernán Cortés: masacres, asesinatos, amputaciones de manos y pies, heridas curadas con aceite hirviendo, violaciones, despojos, actos basados en el terror, la crueldad y la violencia extrema. Estas últimas tres palabras encajan perfectamente en el Holocausto judío que perpetraran los nazis en el contexto de la segunda guerra mundial, es decir, nosotros también tuvimos nuestro lamentable y propio genocidio, solo que no reconocido como tal y ante lo cual el presidente AMLO solicitó en el marco de los 200 años de nuestra independencia al gobierno español una disculpa pública por los actos ignominiosos cometidos durante la conquista en detrimento de nuestro pueblo indígena; y ante el evidente mutis como respuesta, la presidente electa ha decidido no invitar al Rey Felipe VI a su toma de protesta como primera presidenta constitucional de México. En lo personal, me parece que la decisión es más que acertada, pues varios países han pedido disculpas por genocidios del pasado como Francia, Alemania, Bélgica, Reino Unido, Japón y hasta el mismo Vaticano, por lo que solicitar a España que haga lo propio es tomar parte del respeto y la memoria de nuestros pueblos indígenas que padecieron agravios significativos y que lejos de una reparación directa del daño una disculpa pública es por demás simbólica que además de mostrar respeto resulta indicativa de la existencia de una conciencia que pugnará por que estas atrocidades no se vuelvan a repetir nunca más. Si ningún otro gobierno se ha tomado en serio este tema el que uno por primera vez lo haga no significa que esté errando, más bien habla de la solidaridad con una deuda histórica que cierra sin duda un capítulo que sigue abierto y que sin duda revolucionaria los mismos libros de texto que vuelven un idilio el descubrimiento de América y ven a la conquista como un simple proceso de aculturación que dio origen al México actual, lo cual es insultante para nuestros pueblos originarios. Bien por la presidenta electa, mal por los detractores que sin duda requieren una clase urgente sobre historia de México y el contexto mundial de disculpas por sucesos lamentables del pasado.