Desde el inicio del “fracaso” que está por concluir se propuso una estrategia diferente para combatir el narcotráfico. Una estrategia muy difícil porque no puede producir resultados inmediatos, si es que los produce. Implica una visión diferente a la de malos contra buenos, delincuentes contra ciudadanos respetuosos de la ley. Implica ver las faltas a la legalidad desde una perspectiva muy diferente a la de programas de televisión como La ley y el orden, en las que se criminalizan la pobreza y la marginación.
Desde el sentido común predominante los que delinquen lo hacen porque ya nacieron malos y, ante eso, lo único que queda es combatirlos, encerrarlos o deshacerse de ellos. No se percibe el origen social del delito, no se alcanza a ver que la estructura social es, por si misma, productora de delincuencia en la medida en que margina a crecientes sectores de población a los se les niega, en los hechos, las posibilidades de una buena educación, atención a la salud y un empleo cuyas remuneraciones permitan una vida familiar digna.
El llamado periodo neoliberal canceló o destruyó lo construido por el Estado benefactor, una forma de organización social que garantizaba una distribución de la riqueza que, aunque no era equitativa, mantenía un mínimo de cohesión social que propició crecimiento económico en el que todos estaban incluidos. Había pobreza y también riqueza, la diferencia con la situación actual es el grado desigualdad, la distancia social entre ricos y pobres. Hablar de neoliberalismo es hablar de una estructura socioeconómica en la que abundan las oportunidades de enriquecimiento para los individuos que cuenten con los capitales necesarios, pero a costa de la marginación de las mayorías.
Ese periodo neoliberal profundizó las desigualdades sociales, creó las condiciones para que muchos integrantes de la clase media pasaran a engrosar las filas de la pobreza y para que quienes ya eran pobres pasaran a la pobreza extrema. El daño mayor fue la destrucción de los lazos de solidaridad y apoyo mutuo construidos durante mucho, lazos que sobrevivieron incluso a la conquista.
Quedó poco de los lazos comunitarios porque la nueva forma de relacionarnos es el individualismo, poniendo por delante los intereses particulares, transformando los rasgos comunitarios en oportunidades de crecimiento personal por encima de los demás. El egoísmo se convirtió en el nuevo sentido común, en la nueva lógica de relación social. Convertidos en individuos aislados unos de otros, tuvimos que aprender a sobrevivir compitiendo.
Los niños del neoliberalismo se convirtieron en los ninis, los jóvenes de los que se decía que ni estudian ni trabajan, como si ellos tuvieran la culpa de su situación. Ahora, en este sexenio aprendimos que nini significa que ni les damos escuela ni les proveemos empleo, es decir, asumimos la responsabilidad que como estructura social tenemos. Ahora esos niños se los estamos disputando al narcotráfico, a través de becas tienen mas posibilidad de estudiar y, con los incrementos al salario tienen la esperanza de una vida más digna.
Es cierto, si esperamos que las becas y aumentos salariales se traduzcan de inmediato en la disminución de la delincuencia tendríamos que reconocer que la política de abrazos es un fracaso. Pero las desigualdades cultivadas con tanto ahínco durante cuarenta años no se pueden resolver en un sexenio. Son muy fuertes las inercias y, con los mismos jóvenes hay que hacer un esfuerzo enorme de reeducación que permita transformar la cultura de narcotráfico que nos vende la idea de dinero fácil y que, además, naturaliza la violencia que la caracteriza. Los abrazos son mejor que los balazos.