Arrancamos… No hay mayor locura que no saber ser feliz y esa es la triste historia de México. Gritamos mucho y mentamos madres, hacemos fiestas y tronamos petardos; pero no somos felices, no importa lo que digan las encuestas bananeras de la red, no lo somos. Parte de nuestra locura puede residir precisamente en eso, en proclamar una inmensa felicidad cuando la tristeza nos carcome el alma, gritar vivas a la libertad cuando somos esclavos de nosotros mismos en lo más profundo de nuestra mente. Mandamos a todos a la chingada para que México viva y pensamos que la muerte nos pela los dientes, quizá por eso optamos por la autodestrucción; decimos de nosotros mismos que somos fiesteros y alegres, pero en esa actitud histriónica escondemos nuestra profunda soledad y melancolía. No hay mayor locura que la autodestrucción inconsciente derivada de un profundo odio contra sí mismo. Esa es la historia de México. La historia de México es un paseo a través de la locura, No la historia real, desde luego, esa que está construida por hechos sin interpretaciones, donde todo se relaciona con todo, sin juicio moral, y en la que no hay impronta ideológica que defina la narrativa con base en intereses políticos. Pero esa historia no se conoce, quizá ni siquiera existe. La verdad es que los seres humanos contamos historias, interpretamos el mundo y construimos narrativas para habitarlo y tratar de darle sentido. Desde que somos humanos dichas narrativas están siempre llenas de emociones y desde que hay políticos, de ideologías. A nadie le importa esa verdad histórica que tantos manosean, porque la historia se usa como herramienta de poder, y eso, el poder, es lo único que importa. Las narrativas crean imaginarios colectivos y sociales, estructuras mentales; construyen y legitiman estados; espolean, legitiman y purifican revoluciones; imponen y justifican ideologías; dan valor a ciertos símbolos y hacen simbólicos ciertos valores. Las narrativas crean pueblos y, aplicadas con perversidad, los someten, ya que la narrativa nacional se convierte en la mente colectiva, y esta no puede dejar de influir sobre la psicología individual. Lograr lo anterior, imponer una narrativa y construir una mente colectiva, es posible desde el siglo XIX, cuando entre sistemas educativos estatales, medios de comunicación masiva e industrias de entretenimiento fue posible inocular desde el poder una narrativa en toda una población. El primer efecto manifiesto y claramente visible de ese fenómeno fue la Alemania nazi; el más evidente en la actualidad es el sueño americano. El más deprimente para nosotros es la pesadilla mexicana. Al relacionar narrativas históricas con emociones se moldea la mente colectiva. Es muy fácil manipular las emociones, sobre todo las negativas, más aún si logras anular la individualidad del ciudadano y convertir al pueblo en un solo "individuo" que piensa y se manifiesta en su totalidad a través de su bienamado líder, fenómeno al que evidentemente es propenso un pueblo como el mexicano. MI VERDAD.- En México no nos gustan las razones ni la lógica, las pruebas o las evidencias. Somos, desde antes de que se inventara y popularizara el término, el paraíso de la posverdad. Aquí las cosas son lo que emocionalmente deseamos que sean, mi visión es mi verdad y nadie tiene derecho a decirme que mi verdad no es verdadera, si la siento aquí en lo más profundo.