Arrancamos… Es una inquietante paradoja que muchos mexicanos, ante la cercanía de las elecciones, comprueben que es imposible vaticinar con certeza el desenlace político y al mismo tiempo estén convencidos de que la democracia no funciona en nuestro país. Durante decenios México vivió en la certidumbre de que en todas las elecciones ganaría el partido oficial que encarnaba el nacionalismo revolucionario y pretendía representar la auténtica identidad de los mexicanos. La única inseguridad política durante el antiguo régimen consistía en la niebla que rodeaba a los "tapados", los altos funcionarios que aspiraban a la presidencia y a las gubernaturas. Pero ese misterio interesaba solamente a una minoría. Cuando llegó la sana incertidumbre democrática, cundió la desilusión. Pero las pasiones dominantes parecen ser el mal humor, el resentimiento y la desilusión. Habría que explorar estos sentimientos y tratar de entender a qué se deben. Creo que en parte provienen de la extendida actitud antipolítica que menosprecia a los partidos, a la élite política y al sistema democrático. Esta actitud tiene diversos orígenes. Una fuente de desasosiego emana de los sindicatos que se enfrentan a la pérdida creciente de su influencia y a su marginación; este malestar también procede de las organizaciones populares que formaban la clientela incorporada al viejo sistema autoritario, como las que tenían su base en el campesinado, y que están retrocediendo y volviéndose superfluas. También es notable el desasosiego de grandes sectores de las clases medias ante la corrupción que corroe a las instituciones políticas, judiciales y policiales. La zozobra se expande como consecuencia de esa terrible putrefacción social que es el narcotráfico, con toda la extrema violencia que desencadena. Hay que agregar el malestar impulsado por los partidos y líderes políticos perdedores que no aceptan sus derrotas y que derraman su amargura en la sociedad. Así se van abriendo las extensas grietas del desencanto. De ellas surgen los aires enrarecidos de la sospecha y la duda. Las burocracias políticas tienen muchas dificultades para enfrentarse a estos humores que emanan de la descomposición de vastas porciones del gobierno y de las instituciones. Sin embargo, no todo el territorio político está contaminado por estos efluvios malolientes. Una gran parte de la población es ajena a esta zozobra debido a que tiene otras inquietudes. En muchos casos la preocupación por sobrevivir, por trabajar y por ascender socialmente predomina sobre los sentimientos de desengaño político, pues una masa social muy grande no está siquiera interesada en el funcionamiento del sistema político y poco le importan las elecciones. A veces nos olvidamos de que las inquietudes políticas están poco extendidas en México Otros problemas son más agobiantes y para muchos la imagen del mañana no incluye la cara adusta o los discursos aburridos de los líderes políticos.
MI VERDAD.- Tengo esperanzas de que la democracia, a pesar de ser muy tierna y poco sólida, puede resistir los humores melancólicos.