Su nombre oficial es Hassan Kabande Laija, tiene apenas 24 años y acaba de obtener su primer premio Grammy, además de liderear las listas de popularidad en Spotify México, sin contar las ventas millonarias de sus canciones. Todo un fenómeno que resalta si agregamos que los triunfos y trofeos que ostenta han sido obtenidos con canciones ubicadas entre lo que se llama corridos tumbados, música desafiante del canon establecido lo que le ha llevado a resignificar eso que la industria musical llama el regional mexicano.
Sin embargo, algo de lo que más incomoda de Peso Pluma es la letra de sus canciones, unas explícitamente sexistas, y otras según algunos, apologistas del narcotráfico. Con todo ello su paso en el mundo del espectáculo es avasallador. Lo mismo alcanza ventas exponenciales de sus discos que llena estadios en sus conciertos, o rompe records de escucha en Spotify. Ahora está en el ojo del huracán porque ha sido invitado para el cierre del festival de Viña del Mar, icónico evento que ha visto desfilar a los más importantes vendedores de música de Latinoamérica durante años.
¿Qué tiene ese joven que además confiesa que ha tenido ataques de ansiedad, como cualquier hijo de vecino? ¿Por qué son tantos y tantos los adolescentes que con él se identifican? ¿Por qué les gustan sus canciones, tan lejanas del “buen gusto”? ¿Por qué las jóvenes le aplauden en lugar de indignarse por la misoginia que escurre de la letra de sus canciones?
Fiel expresión de su tiempo, Peso Pluma es como son (o quieren ser) sus seguidores, jóvenes que reniegan de la imagen y discursos de sus padres y abuelos, esos que han hecho del trabajo duro el valor con el que se identificaron durante generaciones. Pocos chavos aspiran a verse en un futuro tal como ahora ven a sus progenitores, viejos, cansados y pobres, con sueldos miserables o con pensiones (si las hay) todavía mas precarias.
Es la derrota del Estado de Bienestar como proyecto de sociedad y como propuesta para las nuevas generaciones. Es el triunfo del Estado neoliberal que pregona la posibilidad de ganar dinero de manera fácil, sin esfuerzo, sin preocuparse por los demás. Si no se puede esperar nada del Estado y mucho menos de los patrones, ¿para que trabajar por un salario? ¿Qué futuro se puede construir con el ingreso que se puede obtener en una maquiladora? Se quejan los patrones de que los jóvenes ya no se esfuerzan por conservar el empleo, pero ¿Qué se pierde cuando se pierde un salario tan miserable que se tiene que vivir de fiado para llegar al fin de semana?
Todo eso es desesperanza y eso es lo que hay en las nuevas generaciones. El sentido común neoliberal se alimenta con las historias de éxito de gente como Peso Pluma. La posibilidad de componer una canción con el lenguaje más simplón, ese que usan quienes no leen, y que esa canción se venda por millones se percibe más factible que llegar a viejo trabajando como asalariado. La posibilidad de ser su propio patrón es una falacia que, sin embargo, aparece como real para chavos que ya no le creen a la escuela su promesa de movilidad social. Y si no, ahí está el narcotráfico, actividad que paga mucho mejor y que ofrece la seguridad de la pandilla (el cártel), además de la posibilidad de acceder a todo aquello que el trabajo honrado no puede conseguir. Como canta Peso Pluma: “Los billetes no caen solitos/ moviendo esos paquetes llenos de cuadritos/ verdes dolaritos, puros Benjamines/ me hacen generar”.