Entre las muchas cosas en las que Estados Unidos y México compiten está la obesidad, rubro en el que comparten el primer lugar a nivel mundial en lo que respecta a población adulta, pues en ambos países el 30 por ciento de su población está en esa condición. Sin embargo, en lo que nadie nos gana es en obesidad infantil pues ocupamos el primer lugar a nivel mundial. Obesidad y sobre peso, como bien lo sabemos, suelen ser el antecedente para enfermar de diabetes, enfermedad progresiva crónico degenerativa que hoy se ha convertido en la segunda causa de muerte en nuestro país.
Asociado a esta enfermedad está el consumo excesivo de bebidas gaseosas azucaradas, consumo que difícilmente puede ser moderado porque está diseñado para que su ingesta sea compulsiva, aunque esto exceda las necesidades del organismo para su adecuado funcionamiento. Así, de acuerdo con la organización El poder del consumidor, cada vez que una persona bebe cuatro botellas de 600 mililitros de ese tipo de bebidas está ingiriendo el equivalente a 50 cucharadas cafeteras de azúcar de cinco gramos cada una, lo cual implica el 500 por ciento de la ingesta diaria de azúcares recomendada.
Se dirá que no hay quien consuma tal cantidad de refresco, sin embargo, hay estudios académicos que revelan que beber ese tipo de refrescos es cada vez más común en nuestra población, particularmente entre la de menores recursos. Desde los años 80 del siglo pasado, justo desde que inicia el llamado periodo neoliberal, se abren las fronteras a productos e ideas que alteran el consumo de alimentos y bebidas transformando la dieta que hasta entonces caracterizaba al pueblo mexicano. A partir de entonces lo nuevo, lo moderno era consumir lo que se consumía en Estados Unidos y, obviamente, poco después teníamos complicaciones de salud similares a los de nuestro vecino del norte.
En muy pocos años problemas asociados al sobre peso, obesidad, diabetes e hipertensión se convirtieron en problemas de salud pública y, como todos sabemos, son las comorbilidades que hicieron que el COVID 19 fuese mucho más mortífero, situación similar a la que vivió, curiosamente, Estados Unidos. ¿Puede empeorar una situación ya de por si catastrófica? Un estudio antropológico nos muestra que sí. Es el caso de Chiapas, convertida en la región que más consume este tipo de refrescos a nivel mundial, un promedio de 821.25 litros por persona al año según el estudio realizado por Jaime Page Pliego para el Centro de Estudios Multidisciplinarios sobre Chiapas y la Frontera Sur.
De acuerdo con dicho estudio, publicado con apoyo de CONACYT, el promedio de consumo mundial de refresco por persona es de 25 litros, el de Estados Unidos es de 100 litros, el de México es de 150 litros mientras que en Chiapas se consumen 821.25 litros. Con esos datos podemos imaginar la magnitud de problemas de salud derivados del excesivo consumo de azúcar, con el consecuente sufrimiento humano y el altísimo costo que esto tiene para el país en términos de atención a la salud y en lo relativo a pérdida de productividad.
Todo lo anterior viene a colación porque el pasado día 14 de este mes de noviembre fue el Día Mundial de la Diabetes, fecha establecida para reflexionar en torno a nuestros hábitos alimenticios y la práctica de ejercicios que nos ayuden a conservar la salud. El problema es lo suficientemente serio como para que la Secretaría de Salud haya declarado desde 2016 la emergencia epidemiológica. Piénsele, estimado lector, y verá que ejercitarnos y consumir menos dulce nos permitirá vivir días menos amargos.