Los libros de texto gratuitos, esos que el Estado mexicano tiene la obligación constitucional de entregar a los niños para apoyar su educación, siguen apareciendo como el enemigo de quienes se sienten amenazados ante la posibilidad de que los niños accedan a una educación que, por definición, es liberadora. Baste con enfatizar que el Artículo tercero constitucional establece que la educación debe ser laica, gratuita y obligatoria para niños y niñas de México.
Es muy probable que justo el carácter laico de la educación sea lo que espanta a esas buenas conciencias que ven en la ciencia una amenaza al imperio de sus creencias. Y, como decía en colaboración anterior, esta oposición debería tomarse muy en cuenta porque exhibe el tipo de educación que estos opositores han recibido. Sus “argumentos” rayan en el fanatismo y su oposición a los libros de texto son expresión de la ignorancia que, evidentemente, no perdieron a pesar de contar con estudios, incluso universitarios en algunos casos.
Ese es el tipo de “educación” que urge superar. Aprender a leer sin cultivar el amor por los libros es desarrollar una habilidad que sólo servirá para leer manuales de instrucciones, para enterarse de las ofertas en los supermercados lo cual, ciertamente, no es malo, pero si es muy empobrecedor. El ser humano es mucho más que un consumidor, y para desarrollar su potencial requiere, entre otras habilidades, de la lectoescritura. Leer es abrir la puerta que nos permite salir de la ignorancia, nos da la oportunidad de asomarnos a otros mundos para entender el nuestro y, eventualmente, transformarlo.
Quemar libros, como lo han hecho algunos, incitar a “arrancar las páginas que no les gusten a los padres de familia” como lo propone Marko Cortés, dirigente panista y, presuntamente, profesionista. Y digo “presuntamente” porque resulta inverosímil que alguien que haga ese tipo de propuestas, haya cursado estudios universitarios. Otros, como Carlos Manuel Merino, gobernador de Tabasco, proponen que los padres de familia decidan si sus hijos aprovechan los libros para su educación o “se ocupen para aguantar las patas de la cama”. Los más radicales en su fanatismo, acusan a los libros de texto de ser “libros del diablo” y por eso los quemaron
En Coahuila hemos sido, al parecer, mas creativos. Descubrimos que la oposición a los libros es la oportunidad para despilfarrar dinero que no se tiene. ¿Como? Reimprimiendo libros viejos cuando la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, Conaliteg, ya tiene impresos los ejemplares que se requieren en Coahuila. Entre la ignorancia y los negocios, algunos funcionarios escamotean a los niños coahuilenses la oportunidad de asomarse a lo que se propone como la Nueva Escuela Mexicana que, sin duda, ha de tener errores, pero nada que justifique su incineración.
Si se pierde esta batalla, posibilidad muy remota, estaremos construyendo una generación de “ciudadanos” con alcances de inteligencia similares a los de Vicente Fox, Marko Cortés y toda esa hornada de presuntos profesionistas incapaces de aquilatar el valor de un libro y que, por lo mismo, necesitan que los niños sean formados a imagen y semejanza de ellos. ¿Así o más grave? La disputa por las conciencias entre una formación cívica o un adoctrinamiento religioso todavía tiene pendientes algunos capítulos. El saldo final será el resultado de lo que la escuela mexicana ha formado en las últimas décadas, siempre en permanente conflicto con creencias religiosas, mitos y pseudociencia pero, sobre todo, con sectores de la sociedad que fincan sus privilegios en la ignorancia y en el fanatismo de muchos de los mexicanos.