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Evidentemente no se trata de un conflicto pedagógico, sino de un conflicto eminentemente político. Son para empezar gobiernos de oposición partidista los que se han negado a distribuir los nuevos libros de texto gratuitos de la Secretaría de Educación Pública (SEP), como si se tratara de libros con contenido prohibido en la edad media, como si nuestro sistema educativo se caracterizara por sus altos índices de calidad que cualquier alteración en contenido de libros pudiera significar un retroceso. Para nadie es noticia nueva que se acercan las elecciones presidenciales y los golpes hacia las decisiones de la autoridad federal a través de la Suprema Corte de Justicia de la Nación son juegos de “vencidas” para doblegar a la autoridad presidencial y con ello sumar puntos en la carrera hacia el ya cada vez más cercano 2024. Las redes se han incendiado con argumentos a favor y en contra de los libros, lo cierto es que los argumentos en contra provienen de dos grupos claramente identificables: grupos religiosos y grupos políticamente antagonistas al gobierno de presidente AMLO, y para tratar de evitar esa clara identificación aversiva, de pronto aparece la Unión Nacional de Padres de Familia que interponen demandas ante el poder judicial para evitar la distribución de los textos, lo cual es bastante absurdo, pues la máxima casa de estudios de nuestro país, la UNAM, y el Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa (ILCE), organismo regional de la UNESCO, se han pronunciado a favor de los nuevos libros de texto. Con el respeto que s e merecen los docentes de todos los niveles, el impartir clases no los vuelve expertos en diseño curricular ni mucho menos en diseño pedagógico, para eso hay niveles de especialización, por ello, da pena ver a muchos docentes que en el evidente entendido de pertenecer a una estructura magisterial docente controlada por un partido fijen una postura absurda y sin fundamentos para denostar el contenido de estos libros. La conclusión de la Asociación de padres de familia es que los libros “se diseñaron a modo, sin bases científicas, técnicas, pedagógicas y de profesionalismo académico”; mientras que la UNAM y el ILCE determinan que los libros “tienen un alto nivel de calidad en términos pedagógicos, metodológicos y técnicos, que cumplen con cabalidad con los objeticos de la Nueva Escuela Mexicana y el proceso de enseñanza-aprendizaje”. La idea misma de la educación se basa en la evolución de la sociedad, y los reclamos de los inconformes rayan en el conservadurismo como si la sociedad no evolucionara, como si el conocimiento fuese inmutable, una especie de texto sagrado que no puede ser alterado cuando ocurre totalmente lo opuesto, por eso, sin siquiera analizar en esta breve columna el contenido de los textos, me atrevo a señalar que el mismo sentido de evolución nos obliga a recibir positivamente cambios en la enseñanza educativa, y sobre todo si somos un país de “reprobados”, con índices de lectura bastante paupérrimos, con una sociedad que aplaude más un reality show que el logro de una mujer astronauta mexicana, no veo el problema en el cambio radical de contenidos (que no es el caso) para darle una orientación diferente a nuestro sistema educativo. Al final se trata de una lamentable lucha política en donde los perdedores son nuestros niños y nuestro sistema educativo.