Durante la semana se informó que el presidente Andrés Manuel López Obrador dio positivo a COVID-19 por tercera vez. Incluso, el Diario de Yucatán, estado donde el mandatario se encontraba de gira, manejó la información de que el ejecutivo federal había sufrido un infarto y eso obligó a suspender la gira de trabajo para trasladarlo de forma inmediata a la Ciudad de México en una aeronave militar.
La versión emitida por el informativo yucateco no ha sido confirmada, pues no se han aportado pruebas sólidas para confirmar la versión, desmentida por el secretario de gobernación, Adán Augusto López, en las conferencias mañaneras que suele encabezar AMLO. En ese espacio, el funcionario, quien aspira a la candidatura presidencial para el próximo año, afirmó que López Obrador se encuentra estable y en recuperación.
Sin embargo, la ausencia de AMLO en los reflectores públicos dio lugar a muchas especulaciones sobre la salud del jefe del estado mexicano, de quien es conocida su afición por los reflectores, y eso sumado a la falta de información en lo que es un asunto de interés público, generó más dudas que certezas ante un escenario en el que pocas veces pensamos: ¿Qué pasa si falta el presidente?
Cabe señalar, que en nuestro país no existe la figura del vicepresidente, como si existe en países, por ejemplo, como Estados Unidos, donde los electores eligen una fórmula que incluye a un jefe de Estado y un segundo al mando, que, en caso de incapacidad total, ausencia o renuncia del presidente asume inmediatamente las funciones del presidente.
En nuestro país eso no sucede y en la historia moderna de México no se registra un solo caso en que el de incapacidad absoluta para desarrollar sus funciones o en su caso se registre el fallecimiento del ejecutivo federal. Sin embargo, luego del anuncio del contagio del presidente de la república de COVID-19 por tercera vez, aunado a las comorbilidades que padece como la hipertensión, plantean nuevamente la cuestión de estar preparados ante una eventualidad como la ausencia absoluta del jefe de estado.
De hecho, nuestro país vivió en la zozobra desde 1917 hasta el 2014, pues la Constitución preveía el nombramiento de un presidente interino o sustituto (dependiendo del tiempo que restara del sexenio en turno), pero en ausencia del presidente, no sería sorprendente ver a los partidos políticos y sus representantes en el congreso dándose con todo para tomar el poder, ante la falta de normas claras para designar al sucesor, muy al estilo de la edad media, cuando el rey moría los distintos clanes se lanzaban unos contra otros para tomar el poder por la fuerza, y en México, ese escenario es más que posible con nuestra clase política.
Fue precisamente en el 2014 cuando se reforma el artículo 84 Constitucional, para establecer que en el caso de la ausencia o incapacidad total del presidente sea la persona titular de la secretaría de Gobernación quien asuma inmediatamente las funciones de jefe de estado. Pero, solo por 60 días, tiempo después del cual, la designación recaería nuevamente en el Congreso de la Unión, por lo que volveríamos a la situación anterior, en espera de que el secretario de gobernación sea ratificado o se nombre a otro jefe de estado, algo que se antoja bastante difícil ante la tentación de tomar la presidencia de la república y todo el poder y recursos que eso conlleva. El presidente López Obrador ya reapareció en público, y aunque aun se le nota ronco su recuperación será plena y retomará sus actividades normales frente al estado mexicano, pero ante la falta de información en los primeros días de su contagio se dieron todo tipo de especulaciones, con lo que surge nuevamente el debate y la urgencia sobre la necesidad de legislar acerca de establecer reglas claras que garanticen el funcionamiento del gobierno en dado caso de una incapacidad o ausencia total del presidente, que hasta el momento no haya sucedido nunca no quiere decir que nunca pasará. Al tiempo.