Arrancamos… LAS SUCESIVAS victorias del hombre sobre la ignorancia y la superstición han aplazado la probabilidad de que lo destruya el medio físico. Pero ahora se enfrenta a una realidad: las simientes de la destrucción son inherentes a los frutos del conocimiento. Este es el importante dilema del hombre moderno: controlar las fuerzas sociales y psicológicas es tan esencial para su supervivencia como el control de las fuerzas del universo físico. Fracasar en ello sería el preludio de la tragedia. Cada nuevo progreso de la ciencia tiene potencialidades positivas tanto como negativas; pero las consecuencias de los conflictos humanos y de las tensiones sociales van siendo cada vez más catastróficas, a medida que el hombre cobra dominio sobre su universo físico. Para el hombre, el triunfo tecnológico que significa el haber logrado transformar la materia en energía por medio de la fisión atómica es la realización absoluta de una paradoja. La fisión atómica ofrece un reto y una esperanza, pero en un instrumento de destrucción definitiva que llena el corazón y la mente humanos de un sentimiento de culpa y terror. La ciencia física, amoral, es incapaz de averiguar por sí misma cuál será la alternativa que domine. La ciencia no limitará ni retardará deliberadamente el progreso ni destruirá sus descubrimientos. La cuestión de si dominarán los potenciales destructivos o los constructivos no la responderá la ciencia, sino la moral. La mayor amenaza contra la estabilidad y la seguridad de la sociedad humana en el mundo contemporáneo es la honda discrepancia entre los logros de las ciencias físicas y la tecnología y el retardo en el desarrollo de las ciencias sociales. Es imperativo que las ciencias sociales desarrollen ahora la misma objetividad y exactitud que ha conseguido la más moderna ciencia física. Una ciencia social verdaderamente científica habría de procurar comprender los procesos de la interacción social e individual -la naturaleza y dinámica de las relaciones sociales-, de manera que pudiera predecir y controlar los fenómenos sociales con mayor eficacia y, al mismo tiempo, conservar la estabilidad y la dignidad e integridad de la personalidad individual. Inherente a este designio fundamental está el supuesto de que la estabilidad social carecería de sentido -y aun sería quizá imposible- si no asegurase al mismo tiempo la estabilidad y la dignidad de los seres humanos. Una sostenida dicotomía entre la estabilidad social y la seguridad individual sería manifiestamente incompatible con una ciencia social significativa. Las ciencias sociales y psicológicas deben edificarse mediante una búsqueda de hechos mentalmente rigurosa, libre de prejuicios y preconceptos idiotizantes. El científico social ha de estar en libertad de buscar hechos, ajeno a las desviaciones que imponen los mitos, el misticismo y los alegatos en pro de privilegios especiales, guiado únicamente por su inteligencia, su integridad y su devoción por la búsqueda de la verdad. Una ciencia social realista habría de admitir, sin embargo, que la busca de hechos y verdades relativos a los fenómenos sociales, a diferencia de la indagación en las ciencias físicas, no puede proceder atenida a la premisa de la inmoralidad fundamental del hecho cien-tífico. En el universo físico, los hechos parecen ser empíricamente amorales; pero, precisamente por ello, el descubrimiento de uno de tales hechos se le presenta al hombre como un monstruo bicéfalo, que puede usarse destructiva o constructivamente. Una ciencia social realmente científica puede llegar a progresos tecnológicos constructivos sólo si trabaja en un marco de referencia conceptual y moral estable.
MI VERDAD.- Para ser "constructivo" "socialmente deseable" y "benéfico" es ineludible ser moral.