Arrancamos… El nacionalismo de AMLO autoritario y su infatuación como representante de todo el pueblo no dejan lugar a dudas sobre su talante populista. Pero cabe preguntarse: ¿qué clase de populista es hoy el presidente Obrador? ¿Qué estilo personal le imprime a su gobierno? ¿Qué lo distingue de los ejemplos de dirigentes populistas latinoamericanos clásicos como Perón o de versiones posteriores encarnadas en personajes como Hugo Chávez? ¿Qué lo hace diferente del gran fundador del populismo mexicano, Lázaro Cárdenas? Una primera peculiaridad que salta a la vista es la actitud restauradora de Obrador, que mira más hacia el pasado que hacia el futuro. Estamos ante un peculiar retro populismo. Quiere renovar un antiguo régimen. Quiere regenerar supuestas bondades de un orden previo al Pecado neoliberal. Su proyecto no fue viable hasta que el partido del antiguo régimen, el PR1, le abrió el camino hacia la presidencia, en un curioso acto suicida. El viejo partido del nacionalismo revolucionario institucional dirigió flujos de votantes hacia Obrador y con una maniobra corrupta, usando la Procuraduría General de la República, debilitó a su rival, Ricardo Anaya. Obrador ganó gracias al defectuoso y corrupto gobierno del PRI y a la inducción de votos priistas hacia Morena. Para llegar a la presidencia, Obrador, que ya era un populista conservador desde hacía años, dio un giro espectacular más a la derecha para que no quedaran dudas sobre su decisión de abandonar los terrenos de la izquierda. Hizo evidentes sus intenciones restauradoras y su inclinación por la austeridad y los recortes. A varias medidas francamente reaccionarias de su programa, una vez que llegó a la presidencia agregó sorpresivamente las decisiones de legalizar las funciones policiacas del ejército, creando la Guardia Nacional. Todo ello acompañado de la resurrección de una política populista de subsidios y subvenciones como hacía el viejo PRI. Cualquier economista sensato de izquierda sabe, como lo ha mostrado Thomas Piketty, que, tanto en términos de justicia como de eficacia, la peor manera de reducir la deuda pública consiste en una prolongada austeridad. Esta opción es la que ha escogido Obrador, con su obsesión por los recortes. Es la señal inequívoca de una política económica de derecha neoliberal. Pero el suyo es un neoliberalismo raro, alérgico al capitalismo moderno, que prefiere formas de acumulación de capital primitivas. La izquierda, en sus diversas variedades, suele mirar hacia el futuro. El estilo político de Obrador, en contraste, se basa en una verdadera manía por mirar atrás. Incluso el pretencioso lema que anuncia una "Cuarta Transformación" parte de la ilusión por emular los logros de la Independencia, la Reforma y la Revolución. Los delirios por repetir hazañas del pasado suelen fracasar y producir estancamiento. Como es bien sabido por los historiadores, una verdadera restauración es algo imposible que jamás ha ocurrido. Señalar que hay tendencias restauradoras es importante para entender las intenciones de los políticos, pero no para suponer que será posible restablecer el pasado añorado. Es obvio que el nuevo partido gobernante, Morena, no logrará igualar al viejo PRI. Pero son significativos sus impulsos. No sabemos cómo reaccionará el presidente si dentro de algún tiempo su gobierno no logra llegar al paraíso de bienestar, seguridad, honradez y crecimiento económico que ha prometido. En 2024, la economía crecería a una tasa del 6%. Ofrecía, para llegar a ese final feliz, que habría un crecimiento económico anual de 4%. Estaba seguro de que a mitad del sexenio el país sería autosuficiente en maíz y frijol. Prometió que en 2024 todo el territorio nacional sería reforestado. Al terminar su gobierno ya no habría migración del campo a las ciudades o a Estados Unidos. Por el contrario, habría un regreso al campo. En las regiones rurales la gente se quedaría contenta trabajando en el lugar donde nació, en su medio ambiente, con su familia, sus costumbres y su cultura. Ya no habría necesidad de abandonar la tierra natal. En 2024 los índices de delincuencia se habrían abatido a la mitad y la corrupción de cuello blanco habría desaparecido totalmente. Para ese año se habría consumado una revolución de las conciencias, la que impediría el predominio del dinero, del engaño, de la imposición del afán de lucro sobre la dignidad, la verdad, la moral y el amor al prójimo. MI VERDAD. -El enemigo es a neoliberalismo y el destino es lo que llama la "república amorosa".