Torreon, Coah.
Edición:
18-Nov-2024
Año
21
Número:
927
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MI VERDAD / 833


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Por:
Agente 57
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26-08-2022
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Edición:
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Arrancamos… La historia no estudia el pasado, lo construye. Dicha construcción está sustentada en hechos, o en lo que se sabe de los hechos, y ante todo, en documentos. Pero lo cierto es que lo único que podemos saber es lo que está escrito, pero es imposible saber si los hechos narrados ocurrieron o no, o si se desarrollaron de una u otra forma. No existe la objetividad en la historia, de ser así sólo haría falta un historiador y los debates serían innecesarios. A ciertos regímenes políticos les encantaría que así fuera, ya que la narrativa histórica siempre ha servido para construir y moldear la mentalidad de un pueblo. Pero la realidad es que la historia nacional, toda historia nacional es sólo una narrativa, un discurso, una interpretación, una determinada visión de los hechos que siempre está compuesta por algo de verdad. algo de mito, y una buena dosis de necesidades políticas. Es imposible estudiar el pasado dado que no podemos estar en él. Es posible estudiar versiones del pasado, y es fundamental recordar que en cada momento histórico, dichas versiones fueron escritas respondiendo a las necesidades políticas e ideológicas de cada época, que en cada época del pasado se han escrito las narrativas convenientes y se han hecho las interpretaciones necesarias, que en cada momento del pasado se han generado mitos históricos acordes a las necesidades de cada régimen y respondiendo al espíritu de su tiempo, y que en cada momento presente, lo único que se puede hacer es nuevas revisiones, versiones e interpretaciones de las revisiones, versiones e interpretaciones desarrolladas en los diversos momentos del pasado. En resumen, hoy se escribe la historia con base en las ideas de hoy, la visión del mundo de hoy y las necesidades políticas de hoy. Y esa narrativa se basa en lo que se escribió en el pasado, que cuando fue presente, también dependía de las ideas, visiones y necesidades de entonces. La historia siempre ha sido un arma, una herramienta política, un discurso psicológico, y eso es así porque siempre se ha escrito desde el poder, precisamente para legitimarlo. A esto agreguemos que a lo largo de la historia humana y de cada país han existido distintos regímenes de gobierno: imperios, monarquías, dictaduras, repúblicas, y que cada uno en su momento se ha considerado legítimo y ha escrito las versiones necesarias para dejar clara esa legitimidad. Cada sistema de poder en la historia humana ha necesitado de historias y mitologías que legitimen dicho sistema y a las elites que lo encabezan. Una constante en la historia humana es pelear por el poder, desde las guerras directas, las conquistas y las revoluciones, hasta la guerra encubierta e institucionalizada a la que llamamos democracia. Cada conflicto por el poder ha requerido de la fuerza, en cualquiera de sus manifestaciones, pero ha requerido también de un discurso con dos vertientes, el que deslegitima el régimen contra el que se pelea, y el que otorga la validez al nuevo. Los grandes cambios de sistemas de gobierno han estado generalmente fundamentados en la violencia. La instauración de la monarquía absoluta en Europa, por ejemplo, con el discurso del derecho divino como legitimación, costó que todo el siglo XVI estuviese marcado por guerras de religión La caída de dichas monarquías y el nacimiento de los sistemas republicanos causó una serie de guerras y conflictos que comenzaron en 1789, se acrecentaron a lo largo del siglo XIX y finalmente devinieron en las guerras mundiales. Desde el siglo XX, la constante política en la civilización occidental es la democracia, pero la aceptación de dicho sistema no ha significado nunca la paz política, ya que la democracia no es otra cosa que institucionalizar y reglamentar las formas en que diversos grupos, con distintas visiones e ideologías, pueden luchar por el poder. Esto es, dentro de la democracia el conflicto continúa, sólo que organizado por el propio sistema. Aun así, la democracia enfrenta a diversos partidos, a liberales y conservadores, religiosos y laicos, los que están a favor o en contra de las elecciones, los sistemas parlamentarios o presidencialistas, capitalistas, socialistas, nacionalistas, comunistas, globalifílicos y globalifóbicos, intervención del Estado o mano invisible del mercado, centralistas y federalistas. Grupos con diversas formas de entender un país, la política, la economía y el mundo, grupos que dependen del voto y por lo tanto de la división de la ciudadanía… grupos que siempre usan la historia, en teoría formada por hechos objetivos, para justificar sus visiones opuestas. La historia es una narrativa escrita desde el poder y, desde luego, un discurso con una versión distinta es sostenida por aquellos que aspiran a obtenerlo. El grupo en el poder es una mafia, lo es desde el inicio de la civilización, y esta realidad es particularmente cierta en el caso de la democracia. El poder es una mafia, y todo aquel que llegue a él y pretenda conservarlo será una nueva mafia que, al igual que la anterior, hará todo lo posible para permanecer y afianzarse. La historia y sus interpretaciones pueden hacer parecer justa cualquier causa, cualquier cambio de sistema, cualquier revolución y cualquier guerra. MI VERDAD. - Ésa es otra constante en la historia de la humanidad.

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