POR: MIGUEL ANGEL SAUCEDO L.
Somos una sociedad desigual, lo mismo en La laguna que en Monterrey o que en cualquier otra ciudad del país. Eso significa que no todos vivimos los mismos problemas y que, los que sí tenemos en común, no nos afectan de igual manera. Basta ver las filas esperando turno para llenar un par de cubetas con agua proporcionada en pipas. Hablo de Nuevo León, específicamente de Monterrey, una ciudad que, pese a ser de las más ricas del país, no tiene manera de satisfacer las necesidades de agua de su población.
Dramática situación para una entidad emprendedora, con una envidiable cultura del trabajo, pero gobernada por un joven que no tiene idea de lo que es la desigualdad, que no sabe cuánto es el salario mínimo y que, por tanto, no se pregunta como es que un trabajador y su familia pueden sobrevivir con ese ingreso. Tampoco entiende que las desigualdades entre las regiones del país son producto de un modelo de desarrollo que privilegia a quienes detentan el poder político y económico, es decir a las ciudades y regiones donde se encuentran las élites que nos han impuesto ese modelo depredador de la naturaleza y explotador del trabajo. Por eso se atrevió a “explicar” dichas desigualdades afirmando que “en el Norte trabajamos, en el Centro administran y en el Sur descansan”. Esa grosera percepción le impide ver qué durante muchos años la extracción de las riquezas naturales, petróleo, entre otras, son el fundamento del desarrollo del Norte con el consecuente abandono de los estados de la región Sur.
Respecto a la explotación del trabajo las preguntas siguen siendo las que hace el sociólogo Bourdieu desde hace tiempo: ¿cómo es que los trabajadores aguantan tanto?, ¿cómo es que no se rebelan? En parte la explicación, según algunos, reside en que la estructura política está mostrando grietas, sobre todo en la parte electoral, por donde la gente cuela su molestia, su indignación. Y sucede cada vez en más países, sobre todo en Latinoamérica donde los procesos electorales parecen funcionar a la manera de fugas de presión, lo cual ofrece un respiro al sistema. Pero eso no quiere decir que el cambio que propugnan sea el que realmente necesitan, porque también hay sectores que quieren cambiar, pero para empeorar la situación. La gente experimenta, votando a veces por la derecha, a veces por la izquierda, la mayoría de las veces sin alcanzar a distinguir las diferencias entre una y otra tendencia. Ya llegará el momento en que pueda cobrar, de a deveras, las cuentas pendientes. Por supuesto, ese momento no llegará solo, hay que construirlo.
Por lo pronto, la naturaleza ya tiene rato enviándonos mensajitos que hemos preferido no ver ni escuchar. Ahora empiezan los mensajes cada vez más ruidosos, cada vez más incómodos. La sequía es el más reciente de ellos. Seguimos consumiendo el agua en actividades productivas que generan productos que son perfectamente prescindibles, como los refrescos. Pero decíamos que somos una sociedad desigual, no somos iguales pues. Todos tenemos sed, pero no todos tenemos las mismas posibilidades de satisfacerla. Actividades industriales y agropecuarias consumen la mayor parte del líquido disponible, a pesar de que el acceso al agua es un derecho humano.
De manera que llegó la hora del agua (o de su escasez), la hora en que hay que distribuirla según el lugar que cada quién ocupe en la escala social. En Monterrey es por horas, de 5 a 12 de la mañana. Las empresas, por supuesto, no tienen horario. Como luego dicen: No es sequía, es saqueo.