POR: AGENTE 57
Arrancamos… El mito de la paz porfiriana. No se tiene que ser un observador muy agudo para notar, en la historia, la presencia de mitos políticos de valor diferente, contrario. En ocasiones, una imagen optimista del destino ha conducido a pueblos hacia mejores estadios de vida; otras, por el contrario, ha deformado la realidad encubriendo situaciones sociales de suma gravedad con un mito político; verbigracia: el mito de la paz, en el que vivió México muchos años durante el régimen de Porfirio Diaz. Fue la Revolución --una suma de voluntades en armas, compendio de heroísmos y de urgencias populares- la que destruyó el mito de esa paz sepulcral del porfiriato, dándole al país una conformación distinta en sus estructuras económicas y sociopolíticas, estableciendo conceptos racionales de libertad, dignidad y justicia, y aún de otra paz: la paz dinámica y constructiva que no se impone sino es una consecuencia de la estabilidad y el desarrollo. Contra los mitos de la administración del General Diaz, la Revolución Mexicana opuso, primero, la existencia real de gravísimos problemas y, después, soluciones reales y efectivas a esos mismos problemas. si en la Revolución de México encontramos una mística, ésta es bien distinta en su motivación, en su expresión y en sus fines, de una mitología política. El mito es incoherente, caprichoso, irracional, y un movimiento revolucionario auténtico no puede darse el lujo de ser caprichoso, ni irracional, ni incoherente. Creemos que en la medida en que un gobierno es más capaz de aportar soluciones racionales a los problemas que se le plantean, menos necesidad encuentra de recurrir al mito como solución última o desesperada, aplicable sólo cuando la razón falla, cuando queda únicamente el reducto de lo milagroso. En situaciones desesperadas, el hombre recurre siempre a medidas desesperadas- y nuestros mitos políticos contemporáneos han sido estas medidas desesperadas. Ernst Casirer señala con precisión la importante condición del mito en nuestro tiempo. Destruir los mitos políticos, nos dice, rebasa el poder de la filosofía. Un mito es, en cierto modo, invulnerable. Es impermeable a los argumentos racionales; no puede refutarse mediante silogismos. Pero la filosofía puede prestarnos otro servicio importante. Puede hacernos comprender al adversario. Para combatir un enemigo hay que conocerlo. Este es uno de los primeros principios de la buena estrategia. Conocerlo significa no sólo conocer sus defectos y debilidades: significa conocer sus fuerzas. Todos nosotros somos responsables de haber calculado mal esas fuerzas. Cuando oímos hablar por vez primera de los mitos políticos, nos parecieron tan absurdos e incongruentes, tan fantásticos y ridículos, que no había apenas nada que pudiera inducirnos a tomarlos en serio. Ahora todos hemos podido ver claramente que éste fue un gran error. Debiéramos estudiar cuidadosamente la estructura, los métodos y la técnica de los mitos políticos. Tenemos que mirar al adversario cara a cara para saber cómo combatirlo. MI VERDAD. - El mito no ha sido realmente derrotado ni subyugado. Sigue siempre ahí, acechando en la tiniebla, esperando su hora y su oportunidad.