POR: AGENTE 57
ARRANCAMOS…LA LUCHA HISTÓRICA POR LA LIBERTAD Y LA DEMOCRACIA. La historia del pueblo de México, desde la guerra de Independencia hasta nuestros días, nos habla de una lucha permanente por la libertad y la democracia. Puede afirmarse que lograr su plena vigencia ha sido el desiderátum por excelencia del pueblo mexicano. Alcanzarla a plenitud, no sólo como una estructura jurídica o un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo, tal como lo establece la Constitución, fue el propósito de cada uno de los tres grandes movimientos sociales: la Independencia, la Reforma y la Revolución. La Independencia creó un nuevo país, la Reforma un nuevo Estado y la Revolución un nuevo sistema político. Cada uno de estos movimientos dio un gran impulso a la libertad y la democracia. Sin embargo, y a pesar de ello, la sociedad mexicana, a medida que avanzó en su educación, amplió su cultura y se comparó con otros pueblos, exigió un sistema político más congruente con sus aspiraciones democráticas. La Constitución de 1917 fue el instrumento jurídico y político que auspició el surgimiento del México moderno. Por los derechos sociales y las garantías individuales que estatuyó, la Carta Magna ubicó a la ciudadanía mexicana al nivel de cualquier sociedad contemporánea. Sin embargo, las imperfecciones del sistema político y las desigualdades sociales auspiciadas por una política de desarrollo que privilegió la formación de capitales, antes de que la igualdad, provocaron atrasos y obstruyeron el avance de la democracia. Por ejemplo, el sistema presidencial, creado desde la Constitución de 1824, que subsistió en la de 1857 y se consolidó en la de 1917, por razones políticas, económicas y hasta administrativas, devino presidencialismo, entendido éste como el ejercicio exacerbado del Poder Ejecutivo sobre los otros poderes y en general sobre todo el sistema político nacional. Si bien la Constitución General estableció, desde 1824, la división de poderes y el federalismo como los principios rectores de nuestro sistema político, el presidencialismo, una vez consolidado, minó la vigencia de ambos principios. El equilibrio entre los poderes, el pacto federal y los intentos serios por perfeccionar nuestra democracia fueron rebasados por la irrebatible fuerza de un Ejecutivo preeminente y autoritario, que no sólo se apoyó en sus amplias atribuciones constitucionales, sino que además hizo uso de todas las facultades metaconstitucionales que un sistema permisivo, condescendiente, flexible y generoso le consintió. Al triunfo de la Revolución la clase militar conquistó el poder e integró un nuevo gobierno. Pero era necesario organizar de manera ordenada la administración pública, establecer una línea ideológica central para cumplir con los postulados del movimiento armado y diseñar los programas de gobierno que hicieran posible el logro de los ideales revolucionarios. Caciques regionales, militares poco institucionales y aventureros de la política creaban situaciones de descontrol no sólo en las cámaras del Congreso de la Unión sino en los gobiernos locales. Había que encauzar estas fuerzas anarquizantes que amenazaban con desbordarse y echar por la borda el enorme esfuerzo y sacrificio que había representado la revolución. Con tales propósitos fue creado el Partido Nacional Revolucionario, PNR, que logró, en muy corto tiempo, centralizar en el nuevo partido la dirección política del país. Para su creación fue necesario que todos los representantes de los partidos regionales firmaran un pacto de solidaridad mediante el cual acordaban someterse a la disciplina del PNR y a actuar solidariamente dentro de los principios de la revolución mexicana. Su conformación no siguió el patrón de los partidos “laxos”, partidos-convención norteamericanos, sino el de los partidos comunistas y socialdemócratas del viejo continente, centralizados y con vocación de poder político nacional. El partido tendría como tarea fundamental establecer las directrices ideológicas del gobierno, plantear las estrategias políticas para llevarlo al poder y diseñar los programas sexenales de gobierno. En su seno habrían de elegirse, en convenciones democráticas, a los candidatos a cualquier puesto de elección popular, ahí donde decidiera participar el partido. El PNR pronto adquirió gran fuerza política a nivel nacional, que el Ejecutivo no tardaría en capitalizar para encumbrar su posición. Ese fue, precisamente, el germen del presidencialismo.