POR: MIGUEL ANGEL SAUCEDO L.
Varios son los aspectos que, sobre nuestra cultura dominante, resaltan a raíz del anuncio de que vendrán médicos cubanos para llevar su conocimiento a lugares donde, presuntamente, los médicos mexicanos no quieren ir. Lugares apartados, un tanto inhóspitos en los que, sin embargo, habitan muchos mexicanos que, por lo mismo, carecen de los más elementales servicios como la educación y la atención a la salud. Muchos de esos lugares se ubican lejos de los centros urbanos, con dificultades para el acceso. Otros más, aparte de lo anterior, se han convertido en refugio de grupos criminales que se aprovechan, precisamente, de las dificultades de acceso para mantenerse fuera del alcance de las autoridades y de grupos criminales rivales.
Al presidente López Obrador se le ocurrió que podría enfrentar el problema contratando médicos cubanos, estableciendo un convenio de gobierno a gobierno entre Cuba y México, de corte temporal y para atender un específico numero de comunidades. A partir de que eso se hizo del conocimiento público se desataron las voces que, un día si y otro también, aprovechan cualquier oportunidad para atacar al gobierno mexicano, buscando siempre desacreditar las intenciones gubernamentales y encontrar grupos sociales que compren dicho discurso y se sientan agraviados con las acciones obradoristas.
Así, grupos de médicos se quejaron de que no se establecen plazas para galenos mexicanos y, en cambio, se contrata a profesionales de la medicina formados en Cuba, mismos que, según algunos columnistas, no cuentan con la calidad de los nacionales. Sin embargo, la medicina cubana es uno de los servicios con mayor reconocimiento internacional, a pesar de que no se trata de un país desarrollado y que, además, padece el bloqueo que los norteamericanos ejercen desde hace muchos años. La respuesta de López Obrador es que “No tenemos médicos. No tenemos especialistas para ir a trabajar a las zonas más pobres y apartadas. No hay pediátras”.
Detrás de la discusión acerca de este asunto se esconde el dramático cambio en nuestra cultura y específicamente en la educación que venimos recibiendo desde los años ochenta, trátese de educación básica o de posgrado. La idea aquella de educarse para servir a los demás, especialmente en temas como la educación o la medicina ha sido borrada en los educandos a partir de que con Miguel de la Madrid y, sobre todo, con Salinas de Gortari se decidió formar un nuevo tipo de ciudadano, uno que respetara y exigiera respetar la ley aunque esta fuera injusta, uno que pensara que buscando su beneficio personal estaría construyendo el beneficio colectivo.
El columnista Fabrizio Mejía lo ilustra muy claramente cuando menciona que su padre, médico de profesión, era de esos que podía ver al enfermo como un paciente, como alguien a quien hay que atender de sus padecimientos, aunque luego no tenga para pagar, a diferencia de muchos de los médicos educados bajo el paradigma neoliberal que ven al enfermo (y aún al que está sano) como cliente, como alguien a quien le pueden vender la salud (si tiene con que solventar los honorarios).
Mejía relata las historias de horror de médicos a los que, trabajando en nosocomios en los que el objetivo principal es la búsqueda de la ganancia, se les obligaba a “cumplir una cuota de cirugías, es decir, que operaban a los pacientes, aunque no lo necesitaran”. En contraste, en muchos hospitales públicos es común que los médicos hagan la coperacha para comprar material de curación que no les llega porque alguien se apropia del presupuesto. Claro que no se puede generalizar, pero algo de razón ha de tener Fabrizio Mejía.