POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
La facilidad para desaparecer personas es uno de los signos de nuestros tiempos. La criminal práctica de la desaparición forzada es una estrategia inventada por el Estado mexicano, sobre todo a partir de los años setenta del siglo pasado, aunque, ciertamente, hay casos registrados en décadas anteriores. Se trataba de un Estado autoritario y represivo que, para mantener el orden (aunque este fuera injusto), nunca dudó en golpear, criminalizar, desaparecer y asesinar a quienes se atrevieran a disentir.
Leyes, instituciones y una ideología de Estado que convertían en perro del mal a quien pensara y actuara de manera diferente, cerraban toda posibilidad de coexistencia entre quienes estaban educados para obedecer y aquellos que sabían cuestionar. Éstos últimos siempre terminaban convertidos en peligros para el orden establecido y, por tanto, era legítimo perseguirlos hasta doblar su resistencia o desaparecerlos. Esa es, en buena medida, la explicación de porqué algunos modestos profesores rurales terminaron convertidos en guerrilleros, como es el caso de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, entre otros. Antes de tomar las armas, Genaro y Lucio encabezaron organizaciones cívicas para confrontar el enorme poder de los cacicazgos de la montaña de Guerrero. La represión con cárcel y asesinatos fue la respuesta estatal que siempre encontraron a sus reclamos.
La desaparición forzada, sobre todo, se convirtió en el método favorito de combate policial a la disidencia. Nunca el diálogo, nunca la disposición a transformar estructuras legales e institucionales porque ello implicaba desmontar la base de los cacicazgos, nunca la voluntad de transitar hacia la democratización de nuestro país. La desaparición forzada hizo escuela, mostró su enorme potencial para aterrorizar, para desarticular disidencias. Hoy que seguimos a medio camino en la transición del Estado benefactor al Estado Neoliberal, desmontamos las instituciones que fueron ineficientes para el ejercicio de la política, y le dejamos el espacio al mercado, muy eficiente para mercantilizarlo todo, pero muy incapaz de gestionar la vida con un mínimo sentido humano.
Ya no es necesario ser un disidente para estar en riesgo de ser un desaparecido, hoy basta con estar en el lugar y el momento menos indicados para engrosar las listas de desaparición forzada, sobre todo si se es mujer y joven. Son las más vulnerables, no las únicas pero sí las más desprotegidas. Son más de 24 mil las mujeres que fueron arrancadas de sus familias, de sus estudios o sus trabajos. Son más de 24 mil las familias que buscan desesperadamente a sus desaparecidas, la mayoría de ellas con edades que fluctúan entre los 12 y los 19 años, según los datos ofrecidos por Karla Quintana, titular de la Comisión Nacional de Búsqueda.
Por supuesto, también hay desaparecidos, de muy diversas edades y eso lo único que demuestra es que nadie estamos a salvo, Cualquiera de nosotros podemos ser víctimas de una desaparición forzada ejecutada por quienes se dedican al narcotráfico, pero también, según se ha documentado, por aquellos que deberían protegernos. Estamos aprendiendo a cuidarnos de delincuentes y policías por igual. Estamos aprendiendo a buscar en los familiares de víctimas de desaparición forzada la fuerza que no encontramos en las instituciones de protección y seguridad. Estamos aprendiendo a construir vínculos sociales que nos permitan sobrevivir a una sociedad cada vez más indiferente, a unas instituciones cada vez más ineficientes, si no es que cómplices, y a una delincuencia cada vez más cruel e inhumana.
Desmontamos el Estado de bienestar, ¿Qué construimos en su lugar? El mercado solo mercantiliza nuestras relaciones sociales y todos merecemos una vida sin violencia. Recordemos que nos faltan más de 24 mil mujeres.