POR: AGENTE 57
Arrancamos… Los dramaturgos del Siglo de Oro español aprovechaban todo género de leyendas o de sucedidos para crear sus obras dramáticas, recurriendo frecuentemente a la mitología griega en busca de asuntos o de símbolos para sus comedias y dramas. El teatro religioso español de los siglos XVI y XVII, sin duda el más rico del mundo, se dividía por asuntos, ya que no por su tendencia: esta era la de adoctrinar al pueblo con la reproducción en escena de asuntos piadosos en formas diversas, como la comedia y el drama bíblicos, la comedia de santos, la simple moralidad, géneros que alternaban con el drama caballeresco, el drama histórico y la comedia de capa y espada. Pero dentro del drama religioso había una categoría perfectamente definida, la del Auto Sacramental, destinado a ensalzar y enaltecer el Misterio de la Eucaristía. El jueves de Corpus, mientras la procesión tradicional recorría las calles, en los tablados erigidos en las plazas públicas se representaban pequeños dramas teológicos que tenían por asunto el de la fiesta que se conmemoraba. Frecuentemente, en altares levantados en las calles y plazas de la ciudad, la Custodia refulgente presidía tales representaciones populares hechas para edificación y enseñanza del pueblo. Para los Autos Sacramentales se tomaban ideas de la historia contemporánea, de la Sagrada Escritura, de la fábula o de la leyenda. Los personajes generalmente eran meras abstracciones: la Soberbia, la Envidia, el Amor Divino, la Muerte, la Gracia. La trama, sencilla, estaba al alcance de las muchedumbres que escuchaban religiosamente los diálogos, bellos diálogos escritos en el verso más sonoro y galano que podían crear los poetas. El espectáculo terminaba con el triunfo de la Eucaristía sobre todas las miserias y torpezas de la vida. Lope de Vega es modelo, en sus Autos Sacramentales, de sencillez y musicalidad; y don Pedro Calderón de la Barca de brío, grandeza y profundidad teológica. En México las representaciones sagradas en su forma de Auto Sacramental se iniciaron en los albores de la colonización. Era necesario cristianizar a los indios y, para ello, nada tan apropiado como el teatro. García Icazbalceta y don Francisco del Paso y Troncoso nos dan detalles muy importantes acerca de estas primitivas representaciones mexicanas. Fernán González de Eslava es el autor más interesante de los primeros tiempos del teatro religioso en México. La gran poetisa Sor Juana Inés de la Cruz es poco conocida como autora de una linda comedia (Los Empeños de una Casa) y de El Divino Narciso. Soplos de El Cantar de los Cantares llenan de fragancia algunos pasajes de El Divino Narciso. El Divino Narciso fue publicado en 1690 en la imprenta de la Viuda de Bernardo Calderón instancia de la Excelentísima Señora Condesa de Paredes, Marquesa de la Laguna, Virreyna de esta Nueva España, singular Patrona y aficionada de la Madre Juana, para llevarlo a la Corte de Madrid para que se representase en ella". Es indudable que Sor Juana debe haber leído con provecho la bella comedia de don Pedro Calderón de la Barca titulada Eco y Narciso, impresa en el año de 1616. MI VERDAD. – Una suerte de epopeya simbólica del encuentro del espíritu con el mundo.