Torreon, Coah.
Edición:
29-Abr-2024
Año
21
Número:
902
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LA NARRATIVA Y LOS SÍMBOLOS / 815


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Por:
@sincensura.com
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06-03-2022
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POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.

La intención de llevar a cabo una cuarta transformación en este país tiene, sin lugar a duda, múltiples dificultades. Desestructurar una sociedad construida en base a los privilegios de unos cuantos y el empobrecimiento de las mayorías implica desatar poderosas fuerzas que están haciendo ya lo imposible para descarrilar todo intento de cambio estructural. En lo político, particularmente en lo electoral, en lo mediático, en lo económico y, por supuesto, en el terreno ideológico la lucha está cada vez más intensa.

En el esfuerzo por imponer una narrativa que se parezca tanto como sea posible a la del periodo neoliberal, los opositores a López Obrador no han escatimado esfuerzos ni se han preocupado mucho por el respeto a los valores mínimos de la democracia. El “haiga sido como haiga sido” parece ser el mantra que guía las acciones opositoras. Lo importante son los fines y no los medios. La “casa gris” la han querido convertir en sinónimo de corrupción, equivalente a la “casa blanca” de Peña Nieto. Lo importante es demostrar que no es cierto aquello del “no somos iguales” del obradorismo, asumir como verdadera la afirmación peñanietista de que la corrupción es un asunto inherente a la cultura mexicana.

Por eso la profusión de imágenes de una casa con alberca, habitada y disfrutada en algún momento por el hijo mayor del presidente. ¿Qué mejor prueba de que el poder corrompe lo mismo a los de derecha que a los de izquierda? ¿Qué sentido tiene presumir honestidad y pregonar austeridad si los hijos no comparten tales valores? Mostrar a López Obrador como un hipócrita corrupto o, en el mejor de los casos, como alguien que no supo inculcar en sus hijos los valores que les quiere imponer a los mexicanos. Deslegitimar una bandera que no solo es del presidente, sino que es la expresión del hartazgo de la población por la corrupción inherente al modelo neoliberal, una modalidad de capitalismo aún más rapaz que el que heredamos del porfiriato.

Del otro lado, quizá no de los opositores pero tampoco del bando del presidente, vemos al partido Movimiento Ciudadano buscar a Roberto Palazuelos como candidato a gobernador para Quintana Roo, un típico mirrey, un junior que se jacta de haber tenido al Estado Mayor presidencial reducido a servidumbre que les preparaba, a él y a los hijos del entonces presidente De la Madrid, instalaciones del gobierno federal para sus juergas. Si no hubiera confesado el asesinato de dos personas hoy sería el candidato formal de ese partido.

El problema no es que un tipo como Palazuelos quisiera ser gobernador, el problema es lo que representa y que un partido político, que por ley es una entidad pública, lo hubiese impulsado a la candidatura, aunque finalmente haya quedado fuera. El problema que simboliza corrupción, la fanfarronería, la sospecha de construir una fortuna sobre el usufructo de recursos públicos. El desapego a la ley, la idea de que en este país se puede hacer lo que sea con tal de enriquecerse y quedar impune. Todo eso y más es lo que simbolizan los partidos políticos que buscan famosos, aunque sean corruptos o incapaces, en lugar de ciudadanos preparados y comprometidos con el interés público.

La narrativa que tenga por eje la honestidad y el afán de servir a la sociedad no acaba de entronizarse como la forma con la que nos podamos explicar la lucha por el poder. Los símbolos siguen siendo la mentira, la transa, la opulencia mal habida. Como si no hubiera manera de caminar por el servicio público sin enlodarse.

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