Torreon, Coah.
Edición:
18-Nov-2024
Año
21
Número:
927
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EL TESTAMENTO / 810


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Por:
Sin Censura
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28-01-2022
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Edición:

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POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.

¿Qué sucedería si el actual presidente muriera, sobre todo si muriera repentinamente? ¿Qué tan ordenada sería la sucesión? ¿Quién lo sucedería en el cargo? Son algunas de las preguntas que muchos políticos y analistas se hacen a partir del pasado viernes 21, día que el presidente de la República fue sometido a una intervención quirúrgica, un cateterismo cardiaco. El solo hecho de que tuviera que ser ingresado al hospital, sin mayores explicaciones para la prensa, desató los más inverosímiles rumores acerca de su verdadero estado de salud, una situación a la que agregó confusión el errático manejo de la oficina de prensa de la presidencia.

Es motivo de preocupación que alguien de la edad de López Obrador tenga problemas cardíacos, por su edad y, sobre todo, porque ya hace siete años padeció un infarto que pudo ser fatal. Preocupa que cualquier ciudadano tenga ese tipo de problemas, pero preocupa mas si tal ciudadano es el presidente de nuestro país. Porque entonces uno tiene derecho a preguntarse en manos de quien quedó el poder ejecutivo mientras AMLO estaba en el quirófano, que instrucciones tuvo ese alguien y hasta donde era el alcance de su autoridad mientras el presidente era intervenido.

Que la operación haya durado treinta minutos no le quita importancia a la situación ya que, de por sí, no se sabía cuanto duraría el procedimiento quirúrgico y, como lo declararían luego, tampoco se podía saber la gravedad del padecimiento mientras este no se iniciara. Afortunadamente todo salió bien, pero las preguntas que arriba anotamos, junto a otras muchas, quedaron sin respuesta.

Cuando el presidente finalmente informó algunos de los pormenores de su paso por el hospital generó otras preguntas, quizá más inquietantes, porque habló de qué en efecto, López Obrador asume la posibilidad de que la vida no le dé para concluir el mandato para el que fue electo y qué por tanto, decía, era importante dejar un “testamento político para que en caso de mi fallecimiento, se garantice la continuidad en el proceso de transformación y que no haya ingobernabilidad.”

Para algunos lo anterior sonaba a algo así como querer gobernar después de muerto definiendo a su sucesor e, incluso, las políticas que deberá implementar. Para otros, sin embargo, se trata solo de los permanentes trucos obradoristas para mantener el control de la agenda diaria, para definir aquello sobre lo que deben conversar los ciudadanos, especialmente aquellos que profesionalmente se dedican a la actividad política. Si este es el caso, López Obrador sigue haciendo gala del manejo del sentido de oportunidad y de un olfato para percibir lo que la gente quisiera estar discutiendo.

Algunos más encontraron alguna virtud en la declaración del presidente ya que, dicen ellos, un testamento político apaciguaría las aguas revueltas por quienes se consideran con los méritos suficientes para sustituir al jefe del ejecutivo si este llega a fallecer. En otras palabras, dado la prácticamente nula posibilidad que tiene la oposición para decidir quien se convirtiera en presidente sustituto, el testamento es, necesariamente, un documento conteniendo instrucciones a quienes militan en el partido gobernante para que no destruyan, por sus ambiciones personales, lo que el presidente considera que ha logrado avanzar de su proyecto llamado Cuarta Transformación.

Lo curioso es que, de todos los que se han pronunciado respecto al testamento obradorista, ninguno lo conoce. Ni los que están a favor ni los que están en contra. Todos han hablado de lo que suponen que contiene el citado documento, pero ninguno de ellos lo ha leído. Todos sus análisis son solamente a partir de lo que imaginan.

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