POR: DANIELA CARLOS ORDAZ
Desde hace casi dos años, el mundo sufrió un cambio vertiginoso que nos llevó a todos a un encierro del cual muchos no han podido salir, y no me refiero al aislamiento físico, a lo que me refiero es al auto encierro social.
Al principio fue sumamente difícil para muchos el famoso “quédate en casa”, pero conforme pasaban los meses y la situación económica y la emocional empezaron a flaquear, el permanecer en un espacio se volvió cada vez más sencillo.
Pérdidas de todo tipo, desde las físicas, con familiares y seres amados, hasta las económicas para quienes se quedaron sin empleo o tuvieron que deshacerse de sus más preciados tesoros para subsistir.
La acumulación de estas situaciones detonó para muchos en serios problemas emocionales y hasta de socialización, porque como en todo, hubo personas que se aislaron y no veían ni a sus seres más queridos para protegerlos y protegerse; así como hay personas para las que la palabra cuarentena aún no adquiere su verdadero significado.
Pero claro, como lo mental o lo emocional, no se ven, pero si se sienten, no son un factor que las grandes esferas o gobiernos les interese. Sin embargo, muchos ya pasamos por el caos de no parar, aunque lo necesitemos y exponer a nuestro cuerpo a límites impensables hasta que la olla de presión hace explosión.
En el caso particular de los docentes, mucho se ha dicho sobre lo fácil que ha sido para ellos trabajar desde casa. Pero esto es solo una pantalla, muchos de ellos con dificultades para poder establecer comunicación con sus alumnos, así como con horarios poco o nada definidos, debido a la situación que los padres también viven.
Maestras que vivían pendientes de los mensajes y llamadas de los padres de familia, mientras otros hacían hasta lo imposible para comunicarse con aquellos niños que desde que inició la pandemia, no se supo más nada de ellos. Estas son las cosas de las que no se habla, o bueno, no de manera personal, porque todo termina convirtiéndose en cifras, números, datos precisos para hacer una estadística.
Estos niños de los que nadie se preocupa, o de los que nadie habla, eran para muchos docentes, casos de angustia y desesperación.
Otros convirtieron sus salas y comedores, en oficinas y salones de clases, todo para poder brindarles a sus alumnos aprendizajes fuese como fuera.
Problemas familiares, estados de depresión y angustia, estrés y hasta pánico en algunos casos, además de lo propio que dejó a muchos el COVID, tanto en su organismo, como con sus allegados. Algunos trabajando enfermos o con enfermos en casa.
Y todavía nos atrevemos a decir que los docentes la tienen fácil... claro, como en todo, hay quienes se quedaron en una zona de confort y aun disfrutan de su estancia en casa, pero la mayoría de los casos o casi todos, no son de esa manera.
Entonces, cuando un docente entra en estados de angustia al regresar a clases presenciales, que debe atender ahora a su grupo en subgrupos, a unos de manera presencial y otros de manera virtual, en muchas ocasiones con sus propios recursos y con la incertidumbre de lo que pudiera pasar, decimos que el docente lo que no quiere es trabajar.
¡Qué fácil! Juzgar es tan sencillo, lo difícil es ponerse en el lugar del otro.
La salud mental siempre será clave en estos contextos, sin embargo, no existe aún ley que la abale o persona que abandere su causa en los lugares de toma de decisiones.
Mientras tanto, el sector educativo seguirá trabajando, seguirá buscando opciones para poder resolver situaciones, y tratará, como siempre, de dar lo mejor de si en todo momento.
Y para qué son las alas, sino más que para volar...