POR: SAMUEL CEPEDA TOVAR
http://enfoqueanaliticosct.blogspot.com
Nuestro presidente llegó al poder cobijado por una inmensa manta de indignación con respecto al abuso que durante años cometieron en detrimento de las grandes mayorías un grupo de políticos sin escrúpulos que hicieron de la administración pública un negocio privado, familiar, de amigos, cacical, que ofendía a millones; y que se replicaba (y sigue replicando) en los tres niveles de gobierno, en organismos públicos descentralizados, en universidad públicas y organismos ciudadanos. El discurso del presidente siempre ha sido radical, directo, polarizante, encauzado siempre a recordarnos la pertinencia de eliminar todo lo mal que nos lastimaba como país; y en esa tesitura su ideología se ha vuelto cada vez más profusa, más lacerante y, sobre todo, más generalizada. Cierto, corrupción era la regla de oro en los sexenios priistas y panistas, pero no es la excepción en la actualidad, tampoco la generalidad es regla dentro de un sistema sociopolítico; pues meternos a todos dentro de la culpabilidad es un error; un exceso ignominioso en el que ha caído el presidente. Sí, hay investigadores que no investigan y cobran como tales, hay profesores que hacen como que dan clases, hay corruptos dentro de las universidades que por compadrazgo siguen disfrutando de las mieles del presupuesto, no por eficiencia; hay intelectuales que se beneficiaron con el antiguo régimen, hay periodistas “chayoteros” que se la pasaron muy bien a la sombra del jugoso presupuesto; pero no somos todos; habemos quienes investigamos y aportamos sin paga alguna, habemos quienes hemos hecho de la transparencia una hoja de ruta, habemos quienes hemos cuidado el presupuesto del tal manera que no haya abusos, excesos, habemos quienes nos hemos portado bien y no merecemos el látigo del castigo; no merecemos que se nos señale a todos por igual, hay periodistas comprometidos con la verdad, no con el dinero, hay buenos políticos, nadie, absolutamente nadie somos perfectos, todos hemos cometido errores, pero dentro de las felonías hay grados y que se nos tipifique a todos dentro del más alto grado por los yerros de algunos me parece absurdo, incongruente, indignante y excesivo. Dentro de las universidades habemos quienes defendemos diversas posturas ideológicas, quienes apoyamos al presidente y quienes no, intentar homologar la pluralidad, volverla unívoca, atenta contra el mismísimo significado de la palabra universidad; desde luego que en la UNAM hay quienes apoyan al presidente, me consta por profesores que me impartieron clases, pero también hay quienes no, y también me consta; no se puede ni se debe intentar acabar contra esa autonomía, esa que permite precisamente que las universidades y la misma sociedad avance debido a la dialéctica misma del choque de posturas; ese choque que hizo precisamente que el presidente llegara al poder. Recuerdo cuando en mi universidad me callaban cuando no les gustaban mis publicaciones, pero eso ya no sucede desde hace un corto tiempo, y se llama libertad de expresión, se llama pluralidad, se llama universidad, y es una libertad que todos debemos defender. El presidente debe entender que la generalización es un exceso que lejos de defender su causa lo expone como un representante de ese mal que le impidió dos veces llegar a la presidencia.